La ley de las pequeñas cosas | Gaby Vargas

La ley de las pequeñas cosas

A unos cuantos años de que el huracán Wilma destruyera por completo las playas de Cancún y no quedara un sola hoja verde en kilómetros a la redonda, asombra constatar la generosidad ilimitada de la naturaleza. La mirada se recrea al ver la selva cerrada y abundante, así como las palmeras que explotan de cocos al grado de doblar sus ramas por el peso, como si nada hubiera sucedido.

De manera extraña, la escena resuena y es reconfortante para el alma. Con frecuencia olvidamos que la abundancia, la generosidad y el desarrollo interior no sólo son características intrínsecas del reino vegetal, sino también nuestras. ¿Entonces, por qué no siempre las expresamos o las sentimos propias?

El reto: nuestra mente. Ella es la más hábil y eficiente para grabar y cincelar todas las experiencias negativas que vivimos; en cambio, se resiste a recordar y aprender de las experiencias buenas. Observa qué pasa si con algún amigo tuviste diez experiencias: cinco de ellas buenas, cuatro neutrales y una mala, ¿de cuál te acuerdas? Seguramente de la mala. De ese modo funciona nuestro cerebro. Es por eso que una relación duradera requiere una proporción de, al menos, cinco vivencias positivas por una negativa.

Todas las cualidades que con frecuencia sentimos ajenas a nosotros y que anhelamos poseer –bondad, confianza, amor, abundancia, generosidad y demás– son intrínsecas también: están en nuestra naturaleza. Lo interesante es que todas esas fortalezas cobran vida sólo si las experimentamos, es como nadar: no se puede aprender en libros, hay que sumergirse en el agua.

Es decir, si queremos sentirnos más confiados y seguros de nosotros mismos, hay que practicar situaciones que nos den y nos hagan sentir confianza. Si queremos sentirnos una persona compasiva y buena, hay que practicar actos de compasión y bondad. Si bien esto es temporal, se puede hacer duradero.

De acuerdo con el neurocientífico Rick Hanson, la manera de hacer nuestras esas actitudes positivas es tejerlas en el entramado de la mente. Antes, habría que recordar que la actividad neuronal esculpe el cerebro; entre más recorremos una ruta neuronal, más se ensancha y profundiza –para bien o para mal. Es decir, entre más se disparan las neuronas juntas, más enlazan y refuerzan la sinapsis.

Para lograr lo anterior, Hanson sugiere seguir tres pasos muy sencillos:

  • Experimenta Trae a tu mente una experiencia muy agradable. Recuerda algo o a alguien –puede ser un antepasado, una pareja, un amigo, un padre o un perro– que te haya hecho sentir querido, protegido, cuidado. La idea es que esa memoria se convierta en un sentimiento positivo.
  • Enriquece la experiencia Mantén la sensación agradable por unos diez, veinte, treinta segundos. Siéntela en tu cuerpo y en tus emociones. Intensifícala para que se instale.
  • Siente y crea la intención Visualiza que esa sensación positiva se absorbe por completo en tu cerebro y en tu cuerpo, de esa manera se registra profundamente en tu memoria emocional.

 

La ley de las pequeñas cosas nos dice que hacerlo una vez no cambiará tu vida, la repetición es lo que lo logra. Y como dice el dicho: si te encargas de los minutos, los años se encargarán de sí mismos.

Además, los beneficios son muchos, entre ellos, fortalece el sistema inmunológico, mejora tu estado de ánimo, tu resiliencia y crea círculos virtuosos que hacen que valga la pena vivir.

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