Un corazón en ridículo | Gaby Vargas

Un corazón en ridículo

¡Vaya domingo, cuánto anhelé estar en la cotidianidad de mi casa y dentro de mi cama!

Ese domingo en la madrugada un dolor en el centro izquierdo del pecho me despertó. Tomé un poco de agua y me volví a acostar; como la molestia no pasaba, me levanté por un antiácido. El dolor se instaló sin ganas de retirarse, por lo que tuve la gran idea –gran error–, de consultar en Internet las posibles causas. Lo que encontré me puso los pelos de punta y de inmediato decidimos manejar a la Ciudad de México durante una hora para que un médico me revisara.

 

El corazón: lo más probable

“Si es un tema del corazón –pensé–, lo mejor que puedo hacer durante el trayecto es mantener la coherencia interna hasta que lleguemos a urgencias.” Mientras, el dolor incrementaba notoriamente en forma de espasmos, por lo que usé el sensor que siempre llevo en la bolsa, el cual se conecta al lóbulo de la oreja y sirve para detectar el nivel de calma o estrés en tiempo real, mediante una aplicación del celular.

Agradecí mucho tener ese conocimiento y poder aplicarlo en un momento de tensión como aquel, ya que, como lo escribí hace dos semanas, un compañero de la clase de yoga murió después de un síntoma parecido, lo cual estaba muy presente en mí. “¿Ya mero llegamos?”, preguntaba a cada tanto, la carretera se me hizo eterna.

Arribamos al hospital y antes de que pudiera darme cuenta ya estaba internada en el área de coronarias, terapia media, para que me realizaran todos los estudios que existen del corazón. “Espera, ¿qué pasó!”, jamás imaginé estar ahí, sentí que era uno de esos momentos en los que te preguntas: “¿A qué hora llegué aquí? Esto es para otros…” ¡Qué ironías de la vida!, apenas el viernes anterior di un seminario de ocho horas sobre “La inteligencia del corazón”, un tema que me apasiona y llevo varios años estudiando. ¡No podía ser!

 

En el hospital

En el hospital nada es tan rápido como quisieras. El tiempo se hace lento y la espera crea una tensión agotadora. Además, en el momento en que te quitas la ropa, te ponen una pulsera con tu nombre –mismo que te hacen repetir unas veinte veces durante tu estancia– y te enfundan en tu batita blanca abierta por todos lados, sientes que dejas de ser una persona y te conviertes en un objeto más del mobiliario.

Por otro lado, no sabes si agradecer o reclamar la eficiencia de las enfermeras y enfermeros, quienes implacables te visitan cien veces para tomar muestras de sangre, realizar electrocardiogramas, revisar la temperatura y la presión arterial, sin importar si es de día o de noche; en verdad qué trabajo tan heroico tienen, en especial los del turno nocturno que, si bien no te dejan dormir, están de pie toda la noche mientras te cuidan.

Para que no te pase

Día y medio después, Pablo y yo salimos del hospital agotados y agradecidos de que mi corazón funcionara perfecto. Una vez descartado lo más importante, me realizaron también estudios de esófago: todo normal, afortunadamente. Entonces, ¿qué causó el intenso dolor en el pecho?

La respuesta me la hizo ver María, mi cuñada. Es algo tan ridículo que se me cae la cara de vergüenza con mi esposo, debido al costo tan grande que tuvo el chistecito, amén del desgaste emocional que nos causó.

Ya sé que a ti no te importa en lo más mínimo, querido lector, y te doy toda la razón, sin embargo, lo comparto para evitar que a ti o a los tuyos les suceda: las agudas punzadas en el pecho se debieron a una tableta de antiinflamatorio que ingerí, con un mísero trago de agua, justo antes de acostarme. Claro, ahora ya aprendí

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