El control: una ilusión | Gaby Vargas

El control: una ilusión

“Todo mundo está preparado, hasta que le dan un punch en la cara”, la afirmación de Mike Tyson, uno de los mejores boxeadores de la historia, me divierte por cierta.

El mundo entero, que se creía preparado y en control, ha recibido un punch en la cara y no de un peso completo, sino de algo tan diminuto que ni se percibe a simple vista.

Somos una generación a la que le inculcaron que tener el control de nuestra vida es lo que da satisfacción, que tener control es poder,   fortaleza y libertad. Y la vida nos muestra, casi con sarcasmo, lo frívolos que hemos sido al creer que podemos tener control sobre las cosas. ¡Jajaja, sí, cómo no!

Lo cierto es que cuanto más controladores somos, más sufrimos. Y mira que muchos lo sabemos en carne propia. Esas creencias nos han vuelto rígidos, inflexibles, miopes, defensivos y, además, ineficientes. Su afectación abarca las áreas más importantes de la vida.

Si bien hay controles benéficos como el del tráfico, las aduanas, el sanitario, el parental a los menores; hay otros dañinos: el control de las relaciones, la creatividad, la conciencia y el crecimiento.

¿Quieres matar una relación? Añade control a una de las partes. El control mata la intimidad, el romance, la sinergia y demás. Cuando quieres que alguien se comporte de manera diferente, controlas –o crees que controlas.

El control es una ilusión, un estado mental nocivo. No controlamos nada. El estrés proviene de desear que las cosas sean como no son. La impermanencia es una constante en la vida, todo cambia y pasa de manera invariable; por lo que la necesidad de control es directamente proporcional al nivel de sufrimiento.

 

¿Cómo saber si soy controlador?

Muy sencillo. Tu vida y tus relaciones no fluyen. No disfrutas, luchas y sufres. El dolor siempre se relaciona con el control. Sufrimos cuando sentimos no estar en control, y cada vez que sufrimos, transmitimos sufrimiento. Lo que el control enmascara casi siempre es miedo. Miedo a perder, a fracasar y a sufrir. Lo paradójico es que el control incrementa la probabilidad de que ocurra lo que buscamos evitar. Las personas no queremos sentirnos controladas, sino amadas.

Te invito querido lector, querida lectora, a que cierres y aprietes los puños por un rato y trates de seguir tu día de esa manera. Verás el esfuerzo casi insostenible que implica retener y apretar, estorba para realizar tus actividades y tu potencial y limita tus posibilidades. Ahora, abre las manos poco a poco y siente cómo la vida fluye mejor así, las opciones se abren para ver al otro tal como es, para verte en tu mejor versión, para la prosperidad, el crecimiento y las nuevas aventuras.

Te propongo identificar tu temor y revisar en qué área o con quién ejerces el control. Termino este texto con un koan, que es una enseñanza corta o una paradoja, que según la filosofía zen te lleva a un callejón sin salida y provoca el despertar de la conciencia. Lo importante en él no es la anécdota, sino lo que sucede en ti y en mí una vez que lo conocemos:  

—Maestro, ¿en qué consiste la felicidad?

—En que aceptes todo. Si aceptas todo, no rechazas nada. Cuando no rechazas nada, recibirás todo. Cuando recibas todo, no te hará falta nada. Cuando no te falte nada, lo tienes todo. Si lo tienes todo, ¿qué más quieres?

Esta aceptación de las cosas, de las personas o de un punch en la cara nos debe llenar de serenidad y tranquilidad. ¿El secreto? Soltar y aceptar, soltar y aceptar, soltar y aceptar.

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