El jetlag espiritual | Gaby Vargas

El jetlag espiritual

“Trájeme a mi conmigo”, es una frase de Sor Juana Inés de la Cruz que recuerdo muy a menudo. Desde la primera vez que la escuché me impresionó; en cuatro palabras describe lo que he sentido en miles de ocasiones, pero en sentido contrario. Es común no traerme conmigo, en especial cuando realizo viajes de trayectos largos. Simplemente mi cuerpo llega, pero mi alma viene atrás con paso más lento o en otro automóvil o avión. Una vez en mi destino, me cuesta trabajo concentrarme, dormir, poner atención, recordar cosas y demás. Internamente, por unas horas o un día, me siento perdida.

Desconozco quién bautizó a este síndrome como jet lag. Sin embargo, la expresión me lleva a pensar que también hay otro tipo de jet lag: el espiritual. Éste no sólo se siente por horas sino por años y, por supuesto, también lo he experimentado. Quizás tú, querido lector, querida lectora, también.

 

Por qué cuesta tanto trabajo cambiar

¿Te ha pasado que haces una excursión al campo, vas a un seminario, retiro espiritual o simplemente vas al templo o a misa los domingos y sientes el gozo de estar en paz, tranquilo, unido con el Todo y en armonía? Tal vez en esos momentos nace en ti un deseo profundo de superarte y de ser mejor persona. Te prometes que vas a cambiar, que serás más paciente, más amoroso, más lo que sea con todos a tu alrededor. Sales lleno de buenas intenciones, pero al menor pretexto y más rápido de lo que imaginas regresas a la impaciencia de siempre, a tu forma negativa o crítica de pensar o de enojarte fácilmente.

En este caso, tu alma llega primero al lugar deseado, pero tu cuerpo, hábitos, personalidad y carácter se resisten como un niño al que obligas a bañarse. Pareciera que el cuerpo, con un resorte muy potente, jala a tu alma de regreso y le dice: “¿A dónde crees que vas?”. Entonces vuelves a reaccionar impulsivamente y sin pensar ante lo que la vida te arroja. ¿Te suena familiar?

El alma quiere pero el cuerpo no

Ese es el “jet lag espiritual”: tu alma quiere, pero tu cuerpo –léase el ego– no. Entonces sobreviene la cruda moral, la culpa y te sientes fatal. Te juraste que cambiarías, pero te das cuenta de que avanzar aunque sea un paso es más difícil de lo que pensabas. En estos casos, seamos compasivos e incluyamos en la ecuación un pequeño detalle: somos humanos, no santos.

Recuerdo a un maestro que comparó el crecimiento personal con las contracciones de una mujer al dar a luz: es un movimiento de expansión y contracción. De momento la sensación de no avanzar un ápice se impone, pero con la intención clara, tarde o temprano ese propósito verá la luz.

La intención es el porqué hacemos las cosas. Cuando la intención de nuestros actos se aleja por completo del espíritu, es cuando nos separamos de nuestra esencia y el ego aprovecha para tomarnos. Lo que surge entonces es el miedo.

Es así que el jet lag espiritual se vuelve severo y el dolor que causa en nuestras vidas también. Lo triste es que mientras algunas personas despiertan a esta verdad, otras culpan a las demás de sus males.

En cambio, cuando actuamos desde el espíritu que es compasivo, amoroso, abierto y poderoso, la intención y la energía de nuestros actos son buenas, honestas y fluyen con la energía que da vida a todo. Dicha energía es la que nos da la fortaleza para retomar el camino, a pesar de las caídas, hasta que finalmente el cuerpo y el espíritu se funden en unidad y surge el verdadero poder.

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