Claro que es ridículo. ¿Quién, en su sano juicio, pensaría en ponerse aros de metal para estirarse el cuello o apretarse el corsé al grado del desmayo o vendarse los pies para que le queden chiquitos? ¡Qué ridículo, qué primitivo! Completamente diferente, claro, del hombre y la mujer que pagan grandes sumas para aumentar su busto, implantarse pelo, hacerse la liposucción, inyectarse toxina botulínica, tatuarse los ojos, blanquear sus dientes con ácido, engrosarse los labios o estirarse la cara.
Según la revista The Economist, la vanidad ha creado una industria de 160 billones de dólares al año que incluye gimnasios, maquillajes, productos para la piel, para el cabello, fragancias y píldoras de dieta.
Nuestra sociedad está obsesionada por la imagen. Millones de hombres y mujeres se someten a algún tipo de tratamiento quirúrgico de belleza. ¿Qué nos mueve a hacerlo? ¿A qué le tememos?
La lucha por la belleza tiene su fundamento en una ambición tanto genética como social ya que los guapos, hombres y mujeres, son vistos y juzgados como más inteligentes y mejores amantes; ganan mejores sueldos y es más probable que consigan pareja para el matrimonio. Mientras, existen otros que viven frustrados al ver que sus atributos no son los que venden los anuncios, la televisión, las películas o las revistas. ¿Es justo?
La próspera industria de la belleza, explota con grandes beneficios nuestras inseguridades y nuestro miedo a ser feos. Hay que observar los mensajes que nos presentan los comerciales donde un shampoo, un lápiz labial, un tinte para el cabello o una loción, no sólo atraen al sexo opuesto sino pueden borrar un complejo de inferioridad.
La realidad, de acuerdo a un estudio de la Universidad de Nueva York, publicado en El País, es que el 90% de las mujeres se sienten deprimidas después de hojear una revista femenina o deambular por las redes sociales.
David Buss, científico americano, ha registrado y analizado las preferencias al escoger pareja en más de 10,000 personas, en 37 culturas diferentes. La belleza física de una mujer es el primer, o casi el primer, requisito en la lista de los hombres.
El Efecto Halo
El Efecto Halo, según algunos especialistas en el tema, es la manifestación inconsciente de la belleza como virtud en sí misma. Asumimos que todo lo bello es bueno y tiene un gran potencial. Pensemos en los cuentos infantiles y en todas aquellas heroínas de ojos bellos: Blanca Nieves, Cenicienta, El príncipe valiente o La Sirenita, son bellos y buenos siempre; mientras que la bruja será fea, mala y narigona.
El doctor Maxwell Maltz, dice: “Son increíbles los cambios que se producen en el carácter y la personalidad después de corregir algún defecto facial. Es como si el bisturí fuera un instrumento mágico, que no sólo transforma la apariencia del paciente, sino transforma su vida entera. La persona tímida y retraída se vuelve audaz y temeraria”.
Lo irónico es que nuestro auto concepto se basa en cómo somos vistos y percibidos por otros. Nos leemos en los ojos de los demás, especialmente en la adolescencia, cuando nos damos cuenta que somos juzgados por los ojos del sexo opuesto.
¿Acaso no nos damos cuenta de que la raíz del problema es el consumismo? ¿Que el deseo de pertenecer y la fragilidad de nuestra autoestima es lo que contribuye a que la industria de la belleza siga creciendo en cantidades millonarias? No lo sé. Lo que es indudable es que la belleza, justo o no, tiene un gran poder.