La salida es hacia adentro | Gaby Vargas

La salida es hacia adentro

Ese día la tormenta caribeña se soltó con ganas. El viento y la lluvia golpeaban con furia a los cinco integrantes que conformábamos la expedición. Estábamos a punto de sumergirnos en las oscuras entrañas de la tierra, en el Río Secreto subterráneo.

Se trata de un lugar sagrado localizado a unos cuantos kilómetros de Cancún, en las profundidades. Es un sitio que permaneció oculto durante dos millones de años y que fue descubierto hace unos cuantos por un lugareño que perseguía a una iguana que se refugió en un agujero.

Nos dispusimos a entrar. Prendimos nuestras lámparas y descendimos a tráves de una abertura rocosa. El silencio era absoluto, de no ser por el sonido del goteo del agua, un flujo que durante miles de años ha formado los espeleotemas: depósitos minerales resultado de un delicado proceso que con tan solo un toque humano pueden destruirse.

Caminamos unos tramos unas veces sobre piedras y otras dentro del agua, hasta que después de un rato el guía nos pidió apagar las lámparas. Nunca habíamos experimentado mayor oscuridad; no podíamos ver ni nuestras propias manos. Estábamos literalmente en el inframundo. La paz que sentimos en ese lugar era sanadora. Gozamos el momento que se alargó un buen tiempo y después iniciamos el regreso.

La inclemencia en la superficie continuaba. Sin embargo, la viví de manera diferente: una calma interior me acompañaba. Estaba totalmente presente disfrutando la paz que el vientre de la tierra me había dejado.

La pandemia que vivimos hoy y todo lo que conlleva, asemejan a la tormenta. Las entrañas de la tierra podrían ser una metáfora de las capas profundas de nuestra mente. En la superficie, la turbulencia de nuestros pensamientos nos golpea de manera constante y las tempestades emocionales amenazan con ahogarnos. Por momentos sentimos que todo nos rebasa.

 

Meditar ya no es una opción

La única salida es ir hacia adentro por medio de la meditación. Ya no se trata de una opción: cerrar los ojos un rato para tratar de aquietar la mente es imperativo.

“Imagina que barres un cuarto que no se ha limpiado durante mucho tiempo –me dijo una vez un maestro de meditación–. Al principio el polvo que levantarás será mucho, pero no importa. Son los pensamientos que surgirán al aquietar la mente. El reto es permanecer e insitir. Comienza con cinco minutos dos veces al día. Notarás poco a poco cómo ese polvo aminora y descubres la paz interna que siempre ha estado ahí, pero que no habías descubierto debido al ruido de tus pensamientos.” ¡Cómo me sirvió esta descripción tan clara de lo que sucedía en la mente!, por eso la comparto contigo, querido lector, querida lectora.

Meditar es sencillo y complicado. Tan sencillo como cerrar los ojos en un lugar tranquilo. Pero complicado cuando se trata de aquietar la mente, mas no imposible. Sólo se requiere ser constante y no juzgar para dejar fluir. Si el polvo se levanta –lo que sin duda sucederá– permítelo, es normal. Nuestros vientos internos se presentarán como temores, ansiedad, deseo de control o reactividad. El tema es comprender que estas emociones y pensamientos no son sólo nuestros, sino una condición humana. Todos los padecemos y más en circunstancias como las actuales.

Sin embargo, si somos perseverantes, como si descendiéramos al vientre de la tierra donde podemos sentarnos en un ombligo de paz, un día descubriremos que las inclemencias siempre estarán a nuestro alrededor, pero no tienen por qué atraparnos.

No se trata de escapar de las viscisitudes de la vida sino de encontrar un lugar natural en el cual descansar y poder aceptar lo que es. Desde ahí, desde esa oscuridad, donde se sienta un espacio de mayor amplitud y claridad, que te permita regresar a la superficie y encarar las tormentas con mayor serenidad.

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