Me fascina ver que en la naturaleza no hay esfuerzo de más: los árboles crecen, las flores nacen, el sol ilumina según un flujo de energía natural, que va a su ritmo y tiempo. Por otro lado, me inquieta comprobar que la rapidez del mundo nos aleja de la sabiduría de la naturaleza. ¿Cuál es el motor que nos impulsa a tomar esa distancia? El deseo irrefrenable.
El deseo es necesario para vivir; sin embargo, la necesidad es una hoja de doble filo. Por un lado, se encuentran los deseos de saber quiénes somos, de amar, de crear, de encontrarnos con la verdad y alcanzar un plano espiritual más elevado, estos ideales obedecen a la fuerza de la misma conciencia que busca desarrollarse y responde a un bien mayor. Cuando los deseos nacen desde ese lugar, fluimos sin esfuerzo y las cosas se dan. La evolución del universo pareciera apoyar lo que viene del bien y ayudar al crecimiento armónico.
La otra cara del deseo es lo opuesto; se trata de una necesidad que nace de la carencia, que resulta de sentir que no somos suficiente, por lo que requerimos más, más cosas, más comida, más distracciones que llenen el vacío. Pero, tristemente, la energía de la carencia atrae más carencia.
Desde ese lugar, tus deseos no se alimentan de la fuente directa de energía, la toman de un “diablito”. La potencia, por ende, es muy débil, baja; hay que esforzarse, luchar, trabajar en exceso para que las cosas se den.
Aceptar lo que es
Cuando haces las paces con lo que eres, con lo que es, con lo que hay, eres libre y ya no buscas, sino que agradeces y honras lo que sí tienes; el resultado es la paz interna. Si estás en paz con tu cuerpo, no deseas el del otro; si estás en paz con tu casa, no deseas una más grande.
Esto no significa quedarse cruzado de brazos o echado en un sillón toda la vida, ni dejar que la vida pase y nos pase por encima. Espero explicarme bien. Es darnos cuenta de la bendición que significa el simple hecho de estar vivos, sin contar con todo lo que la vida nos ha dado. Por ejemplo, cuando nos vemos en el espejo, en lugar de sólo ver el pequeño defecto que creemos tener de acuerdo con los estándares de perfección que la sociedad impone, agradezcamos tener un cuerpo que es perfecto tal y como es, el cual habitamos y nos permite vivir.
Cuando fijas tu atención en lo que los otros tienen o hacen, en lugar de agradecer lo propio, encontrarás la fórmula perfecta para no disfrutar el hoy, el aquí y el ahora.
Para que las cosas fluyan es necesario ser creativos, como si se tratara de preparar una comida con los ingredientes con los que se cuenta en ese momento en la cocina. La humildad nos hace rendirnos a los caminos que la vida nos marca. Aceptar que aunque tenemos que esforzarnos por obtener aquello que deseamos, no lo haremos sin perder la paz, la vida personal, el rumbo o la familia.
Siempre me ha gustado mucho la manera en que los sufíes describen la paz, para ellos se logra al hacer, trabajar y dar lo mejor de sí sin importar el resultado.
Lo increíble es que desde ese lugar de desapego nos acercamos más al auténtico ser. Cuando soltamos el deseo obsesivo facilitamos que nuestras aspiraciones se manifiesten. El deseo que nace desde la abundancia es muy diferente a aquel que lo hace desde la escasez.
Si los seres humanos nos rindiéramos a lo que es, quizás habría menos separaciones, menos violencia en las amistades, las parejas, las familias y los países: la vida fluiría y sería mejor.