Sísifo y su piedra | Gaby Vargas

Sísifo y su piedra

Sísifo se encuentra en el inframundo por un castigo de los dioses. Ahí, mientras cumple su destino, hace algo que a ojos de cualquier observador parecería totalmente inútil y absurdo: sube con gran esfuerzo una enorme roca hasta lo más alto de la montaña, y una vez que alcanza la cumbre, la suelta y la contempla rodar montaña abajo. Esta acción la repite una y otra vez por toda la eternidad. De esta manera Sísifo se convierte en el trabajador inútil de los infiernos.

 

¿Qué motiva a Sísifo a hacer este penoso esfuerzo? Esta pregunta es lo que el mito cuestiona. Es una metáfora que el filósofo francés Albert Camus decide explorar en su texto “El mito de Sísifo”, y que me parece interesante compartir.

 

A Camus le interesa precisamente el momento en el que Sísifo llega a la cumbre de la montaña y por instantes, experimenta la libertad y –a pesar de su ceguera--, imagina unas vistas hermosas que, sabe están ahí y le llenan el espíritu. Para de nuevo, una vez más, regresar en silencio al valle. Esa pausa es un momento de conciencia en el que, a pesar de su miserable condición, acepta su vida. Ahí radica su heroísmo. ¿Y cuál es la razón de que suba y baje la piedra sin descanso? Simplemente que él así lo decidió. Y eso marca un punto de inflexión.

 

La propuesta de Camus es que la vida no tiene sentido. Entre el ser y el dejar de ser sólo debemos dejar pasar el tiempo. Porque hagamos lo que hagamos, todos, en última instancia, moriremos.

 

“¿Pero cómo!”, diríamos. “Entonces, ¿qué caso tiene! ¿cuál es mi razón de ser!” Tú y yo podemos pensar también que lo que Sísifo hace es algo necio y absurdo. Mas él ama su vida y hace de la roca su casa. Su labor lo hace feliz y es lo único que importa. De esta forma supera su destino y se vuelve más fuerte que la roca.

 

Camus nos hace reflexionar sobre el hecho de que sólo cuando aceptamos que la vida no tiene sentido es que tenemos la obligación de dárselo y de encontrarlo. “Las verdades aplastantes, desaparecen cuando las reconoces”, escribe. Así que encontrar el sentido de la vida tiene que ver con la posibilidad de decidir.

Además, cuando eliges darle un significado a tu vida, sea cual sea, nadie te puede juzgar. Lo importante es que lo tengas, que lo definas y que a ti te haga sentir bien.

 

No se trata solo de buscar a ciegas este sentido, porque podemos vivir en una búsqueda sin fin. Sino de decidir amar lo que haces, amar tu vida y lo que decides hacer con ella hoy. Y como todos nos moriremos tarde o temprano, sería mejor apurarnos porque no disponemos de mucho tiempo.

 

El mundo en sí no significa nada

 

La vida es como el arte: depende de la interpretación. Como individuos, cada uno da el significado particular y único a la existencia y pruebas de la vida. De hecho, el sentido no se lo dan las cosas o lo que nos pasa; sino lo que hacemos con ellas y cómo vivimos cada minuto del día.

 

Es un hecho que en la vida nos enfrentamos a situaciones complejas, pero también es cierto que solemos interpretarlas de determinada manera. En el momento en que algo te sucede, tú decides si reaccionas con enojo, con valor, con dignidad, con victimización y si te afecta o no. De la misma manera cualquier hecho lo puedes calificar como “malo”, “bueno” o “doloroso”. Y cuando eliges con conciencia, tu vida cambia.

 

Si bien el ascenso hacia la cima de la montaña con nuestra propia piedra, –como la de Sísifo– se puede realizar con dolor, quejas y agobio; o también elegir subirla con dignidad y gozo. Ésa es decisión de cada uno y es lo que le da sentido a nuestra vida.

 

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