Un tema de brujas | Gaby Vargas

Un tema de brujas

La escena era muy conmovedora. Era época de lluvias en un rancho en el Estado de México cuando vimos a una pava que empollaba su huevo. Durante los tres días que estuvimos, la pava permaneció estoica aunque no paró de llover.

“Así lleva un mes, a pesar del agua, el hambre y el frío, la pava no se ha movido –contaba el cuidador del lugar–. En otras ocasiones, los tejones se comieron sus huevos, por los que esta vez la pava decidió empollar en la maceta que está en lo alto de la escalera.” Me impresionó su fortaleza.

Si bien se trata de un ave, lo cierto es que las hembras de cualquier especie tienen una característica común: una conducta feroz cuando perciben que algo amenaza a sus crías. Leonesas, tigresas, hienas, elefantas, yeguas y demás, se vuelven agresivas si peligra su decendencia. La actitud defensiva es parte de su naturaleza.

Las mujeres, por razones culturales, políticas, religiosas, históricas y sociales hemos tenido que reprimir el poder femenino. Durante la Edad Media en la cultura celta, a las mujeres sabias se les nombraba “brujas” o “witches”. El estereotipo que las presenta como “feas” o “satánicas” es una caricaturización del cristianismo con la intención de degradar o suprimir el poder femenino.

Nuestra fortaleza, espiritualidad y conexión con los elementos naturales y los seres vivos se consideraba un enemigo. En la sociedad si no vestías o te comportabas de determinada manera eras defenestrada y considerada una puta. Incluso si no comulgabas con las ideas de la iglesia se decía que comulgabas con las ideas de satán. Así, bajo esa premisa, miles de mujeres fueron quemadas en la hoguera. Fue una especie de holocausto femenino.

El miedo paraliza. El miedo impide reaccionar a la agresión. El miedo entierra la autoestima. Y sin duda, el mejor anestésico para el sufrimiento se llama amnesia. Esa es quizás una de las razones por las que las mujeres por siglos hemos reprimido nuestro poder innato.

Fue en los años sesenta, con la aparición de la pastilla anticonceptiva que la mujer comenzó a sentir libertad sobre su sexualidad. Sin embargo, el temor prevaleció. Temor a alzar la voz, temor a protestar, temor a luchar por los derechos propios y por los del planeta; temor a pedir un aumento de sueldo, un puesto de mando más que merecido. No vaya a ser que nos tachen de “bruja”, “complicada”, “histérica” y demás. Como resultado, compramos aquello de “calladita te ves más bonita”.

 

Imparable cuando se decide

“Nos quitaron tanto que acabaron quitándonos el miedo”, dice una frase que se ha vuelto viral en América Latina. Así es: el hartazgo de las vejaciones, misoginias y violencias hacia las mujeres nos ha despertado y tocado esas fibras internas no negociables de la loba que traemos dentro. No es un tema de brujas, es un grito desesperado que abre nuestra naturaleza de fiera y desempolva nuestra índole valiente e imparable que corre por nuestras venas.

Hoy, son las mujeres más jóvenes las que nos sacuden y muestran el camino a las más grandes, porque en ellas el temor se ha diluido y se ha impuesto la indignación por tanta y tanta infamia.

Ojalá el hartazgo logre sembrar la semilla para terminar con la violencia hacia la mujer. El único camino es crear conciencia, denunciar, exigir, protestar hasta que el gobierno y la sociedad comprendan que es momento de decir lo que tantas pancartas en el mundo manifiestan: “Nos queremos vivas, libres y sin miedo. Ni una mujer menos”. Te pido que nos apoyes.

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