Amarte a ti mismo tal vez suena egoísta. En especial si fuiste educado en una familia con tradiciones judeocristianas, por las que desde niños nos metieron en la cabeza que el amor propio no tiene cabida. Esta deformación se ha instalado tanto en nuestro inconsciente que bien a bien no la reconocemos como tal.
Sin embargo, estoy segura de que tú, como yo, quieres tener una vida plena, con calidad y balanceada. Quieres vivir al máximo tu potencial, disfrutar de salud y energía y explotar tu capacidad de crear. Quieres abrazar a la gente que amas, darle un sentido a tu existencia y entregarle al mundo todo lo que está en ti, ¿cierto?
Pues para lograr lo anterior debemos reubicar el amor a uno mismo por sobre los otros amores. Sí: crear un vínculo contigo mismo, porque si eres mejor, puedes amar mejor. Si te desarrollas mejor, puedes dar más. Y si trabajas más en ti mismo, tienes más para dar a los demás. De otra manera, todo mundo se alimenta de ti, de tu entrega, de tu trabajo por ellos y, finalmente, puedes quedar tan famélico como el niño más desnutrido del planeta. Pero, ¿por qué nos entregamos ciegamente a los otros antes que a nosotros mismos?
Partamos de que la necesidad por vincularse con el otro es la más grande del ser humano. Por ella, con frecuencia, estamos dispuestos a sacrificar nuestros deseos; pedimos, aunque sea, una limosna de amor. Hacemos cualquier cosa con tal de ser aceptados en el sistema familiar, en el grupo de amigos, en el salón de clases y demás. Y de manera constante cancelamos nuestro ser más luminoso y perfecto para disfrazarlo con máscaras, actitudes y atuendos que complazcan y embonen.
Sin embargo, el engaño sólo es superficial y hacia fuera, porque tú sabes y sientes que cuando no te amas a ti mismo el amor a los otros no es amor, es manipulación. Y la sensación de soledad que provoca puede ser muy dolorosa.
La respuesta está dentro
Lo irónico es que para encontrar el amor propio no necesitamos buscar más que en el centro de nuestro corazón; toda la belleza, la abundancia, la prosperidad, la valía personal y el significado que buscamos en la vida reside ahí.
Existe una diferencia entre la abundancia y la prosperidad. La primera significa tener acceso a recursos, sin embargo, la segunda se da cuando valoramos esos recursos, como lo describe Sheva Carr en su libro Being the Source of Love. Hay muchas personas que viven en la abundancia y no se dan cuenta, por eso carecen de prosperidad, en especial de prosperidad interior por la falta de amor a sí mismos.
Muchos podríamos afirmar que tenemos lo básico para la subsistencia: educación, un techo y sustento para comer tres veces al día. Sin embargo, se requiere la conciencia del corazón para reconocer esa abundancia, valorarla, disfrutarla y convertirla en verdadera prosperidad interior.
Desde niños nos condicionaron a desear éste o aquel juguete para sentirnos satisfechos, un deseo que cuando crecemos dirigimos a las posesiones, pues creemos que nos harán felices. Pero estas más bien terminan por alejarnos y distraernos de lo que en realidad buscamos. Una vez que logramos la posición, la carrera, las relaciones, la identidad, las metas nos olvidamos del por qué las buscábamos en un inicio.
La razón de esa búsqueda es la esperanza de sentirnos, algún día, valiosos. Muchos pensamos que nuestra calidad de vida depende de las circunstancias: si obtengo lo que quiero soy feliz y si no, no. Y jugamos ese juego como si fuera verdad. Cuando en el fondo sabemos, o sospechamos, que nos traicionamos y distraemos con un engaño.
En medio de las altas y las bajas de la vida, del gozo y la tristeza, tú eres el único que marca la diferencia, nada más. Tú eres el valor, no lo que posees ni el puesto que tienes o perdiste y, mucho menos, tu cuenta bancaria. En otras palabras, tú eres lo que importa. Eres como el sol que siempre brilla a pesar de que lo obstruyan las nubes. Ese sol está en tu corazón, sólo es cuestión de traspasar las nubes de pensamientos derrotistas y autodestructivos para reconocer y darte cuenta de lo perfecto que ya eres.
Tú y yo, querido lector o lectora, tenemos el regalo de la vida, no para mendigar o conseguir valor, sino para ser valor; no para buscar la paz, sino para ser la paz; no para buscar amor, sino para ser amor y no para buscar servicio sino para ser servicio. Eso, definitivamente, es lo que más abona al amor por uno mismo, el cual, como podrás ver, está muy lejos de ser algo egoísta.
Como dice Hazrat Inayat Khan, maestro sufí de finales de siglo xix: “Amor es la mercancía que todo el mundo demanda; si lo almacenas en tu corazón, todas las almas serán tus clientes”.