Parecía una coreografía perfecta creada por el Universo, como si la naturaleza misma se diera cuenta y disfrutara de esa mañana clara y brillante: el aire, los árboles, los pájaros, las nubes el lago y yo disfrutábamos por igual. Ante tanta belleza, cerré los ojos, inhalé profundo y sentí como si el viento me acariciara la cara al mismo tiempo que me desintegraba en un polvo que se fundía con el todo. En ese momento me di cuenta de cuán importante es este elemento al que pocas veces prestamos atención: el aire. Sí, el aire. Sin él, simplemente no podríamos sobrevivir más de tres minutos. En ese lapso ideal el aire era el portador de la molécula gracias a la que todo lo que mi vista abarcaba estaba vivo: el oxígeno.
La paradoja
Desde niños sabemos que necesitamos el oxígeno para vivir; lo irónico es que al mismo tiempo que nos da vida, también nos puede matar, muy lentamente, pero nos mata. ¿Cómo?
La paradoja consiste en que una vez que el oxígeno ha cumplido con alimentar cada célula y que la mitocondria lo ha convertido en energía, se vuelve un radical libre. Como tal, provoca daño al adn de las células y a todos los tejidos en el cuerpo. Como dice el doctor John Burn, genetista de la Universidad de Newcastle: “El oxígeno es explosivo, es corrosivo; basta ver lo que hace con un metal, con un clavo: lo oxida. Si eso puede hacer con un metal, imagina lo que puede hacer con nuestro cuerpo”.
Los antioxidantes son lo único que protege a las células de ese proceso; algunos los produce tu cuerpo, otros no. En diversos estudios se ha comprobado que los niveles de antioxidantes en un grupo de personas aumentaron cuatro horas después de haber consumido moras, espinacas, vino tinto y vitamina C. Sus niveles de antioxidantes brincaron de 7 a 25 por ciento.
La lista de antioxidantes naturales a nuestro alcance crece todos los días. Aquí algunas sugerencias:
Frutas y verduras. Son nuestra principal fuente de antioxidantes. Se recomienda un consumo de cinco a 12 raciones de frutas y verduras al día, ricas en pigmentos de color –verde oscuro, amarillo, rojo, naranja, azul y morado–; todas las moras, fresas, bayas de goji –usadas por los chinos siglos atrás debido a sus grandes propiedades antienvejecimiento–; granada, kiwi, espinaca, ciruela pasa, col rizada, berza, brócoli, naranja, durazno, ajo, cebolla morada, entre otras. Entre más chica la fruta, mayor la cantidad de antioxidantes que contiene y viceversa; y entre más intenso el color de la fruta o vegetal, mejor.
Hierbas y tés. Las hierbas aromáticas, suelen tener muchos antioxidantes, de las más efectivas son el orégano y el romero. Entre los tés, tanto el blanco como el verde se consideran los más altos en antioxidantes. El té verde contiene mil propiedades, como potasio, ácido fólico, manganeso, vitaminas C, B, B1 y B2, que crean defensas contra los radicales libres y protegen a la piel de los rayos uvb y uva.
Semillas, granos y especias. Café, cocoa, cúrcuma, nueces de todo tipo –cada una ofrece un beneficio específico. Granos enteros o derivados, como arroz integral, tortilla de maíz y frijoles.
Vitaminas y suplementos. Astaxantina, resveratrol, glutatión, CoQ10, Vitamina A, ácido lipóico, vitamina E, aceite de Krill, vitamina C y beta carotenos son de los mejores antioxidantes.
Todo lo anterior colabora a que ese oxígeno maravilloso que nos da vida, reduzca su capacidad de dañar nuestro cuerpo y, así, poder gozar muchos más de esos momentos en los que el Universo parece crear la coreografía perfecta.