“No estoy dotado para dar conciertos. La audiencia me intimida. Su respiración me ahoga y sus miradas curiosas me paralizan”. Nunca adivinarías que escribió esto. Nada menos que Federico Chopin, el aclamado pianista y compositor polaco que hizo cantar al piano como ninguno otro en la historia. ¿Lo hubieras imaginado?
Se llama pánico escénico, nuestro peor enemigo. Un fantasma que intenta apoderarse de todo aquel que pise un escenario, en especial si se trata de un evento relevante que pone a juicio el talento del que expone.
Sin importar si se trata de músicos, actores, ejecutivas de empresas, cantantes, vendedoras, estudiantes o niños, este fantasma se alimenta del miedo que provocan las expectativas y el deseo de perfección que el mismo ejecutor se impone a sí mismo, en especial minutos antes de exponer.
Lo sentimos tanto las personas comunes y corrientes, como los famosos y consagrados. Personajes como María Callas, Paul McCartney, Barbara Streisand, Michael Jackson o Katy Perry también conocieron o han conocido a este fantasma y han luchado contra él y sus exigencias.
“Salir al escenario y lidiar con tales niveles de estrés no es algo natural”, dice Aaron Williamon, profesor de ciencia de desempeño del Royal College of Music en Inglaterra. “Y no tiene nada que ver con la edad, talento o inexperiencia. Sin importar cuan altamente calificada sea una persona, las respuestas pre-programadas de estrés en el cuerpo, nos llevan a entrar en un estado físico y psicológico diferente. Es normal”.
Es normal…
Cómo me gustaría transmitirle esto a Toño mi nieto de catorce años, a quien fuimos a ver recientemente a Londres con el motivo de un concierto. La escuela a la que asiste en la ciudad de Los Ángeles, tiene una orquesta y un grupo de jazz del cual él es el baterista. Además del concierto que dieron en una iglesia medieval preciosa, habría un concurso entre grupos de jazz de otras escuelas, lo que tenía muy nerviosos a todos.
Para los maestros dicho concurso significaba mostrar el resultado de su trabajo, para los estudiantes la vida real, que los ponía a prueba más allá de las paredes de su clase y su familiaridad. Además de que su reputación como escuela, la armonía del grupo y el talento personal se ponían a prueba –la situación perfecta y favorita para que el fantasma del pánico escénico se presente.
Durante el ensayo final, la orquesta y el grupo de jazz, tuvieron la retroalimentación de tres maestros ingleses, expertos en música; al cual los papás y abuelos pudimos asistir. ¡Qué privilegio! En verdad tocaron como profesionales. Al término del evento, corrimos a felicitar a Toño. Para nuestra sorpresa, lo encontramos con los ojos llorosos. ¿Qué pasa? en el momento no quiso hablar y regresó a reunirse con el grupo.
Toño, de personalidad perfeccionista y auto-exigente, se dio cuenta de que tuvo un error, mismo que nadie en el público notamos. Tan no se notó que al día siguiente nos comunicaron que su grupo de jazz había ganado el primer lugar entre todos los grupos.
La presión
Hay personas que les cuesta más trabajo lidiar con la presión que a otras, por lo que ayuda saber qué es lo que sucede en nuestro organismo cuando estamos a punto de pisar un escenario.
Con el estrés se liberan hormonas que en niveles altos, provocan que el corazón se acelere, los músculos tiemblen y el flujo de sangre del estómago hacia los músculos aumente, lo que causa la sensación de nausea que describimos como “mariposas” en el estomago. Si se controla apropiadamente, estos desbalances hormonales pueden llevar a un estado de conciencia más elevado, lo que resultará en una presentación más poderosa. La clave está en cómo interpretamos esta respuesta física. Es decir, no tomar dicha sensación como amenaza, sino como la respuesta natural que el organismo nos da para prepararnos y dar lo mejor de nosotros mismos.
Y la única manera de liberarse, es presentarse una y otra vez en el escenario, hasta adquirir la confianza que las “tablas” proporcionan. Término que surge del material que suelen estar hechos los escenarios.
¿Qué se necesita?
Para combatir al fantasma del pánico escénico, lo que necesitamos todos no es más confianza, ni más talento, sino más compasión hacia nosotros mismos. Tratarnos como lo haríamos con un buen amigo o un ser muy querido, porque en el proceso de adquirir dichas “tablas” –que suele ser muy lento, con toda seguridad pasaremos por uno y mil errores; todo deportista, músico, actor, cantante o conferencista los ha tenido.
En la medida en que tengamos esa auto-compasión, en que aceptemos que cometer un error es parte del aprendizaje y, que comprendamos que esa vulnerabilidad es precisamente lo que nos hace ser seres humanos; en la medida en que reconozcamos las reacciones del cuerpo ante el estrés como normales, la presión por desempeñarnos de manera perfecta, se reducirá sustancialmente. Entonces empezaremos a disfrutar enormemente lo que hacemos, a permitir que el poder y el amor del universo fluya y que ese talento surja y brille en todo su potencial.