Estoy convencida de que a este mundo venimos a tres cosas: a desarrollarnos, a ser felices y a hacer felices a los demás; ésa es nuestra verdadera misión antes de abandonar el planeta.
Sólo que a veces la vida mecánica y funcional hace que nos abandonemos al hábito de ser los mismos de siempre –actuamos, pensamos y hablamos automáticamente–, lo que nos impide darnos cuenta de que es posible crear la mejor versión de nosotros mismos, sin importar nuestro entorno o la edad que tengamos.
La pregunta es ¿cómo crear nuestra mejor versión?
“La neurociencia ha demostrado que cambiamos nuestro cerebro –y por lo tanto nuestras conductas, actitudes y creencias– al pensar de manera distinta, por medio del repaso mental”, afirma Joe Dispenza en su libro Deja de ser tú.
¿Recuerdas que en la adolescencia era común sentirte abrumado por las inseguridades? En esa etapa, morías por mostrar que tenías control de ti mismo, pero bien a bien no sabías cómo comportarte, actuar o responder. Entonces comenzaste a imitar a los adultos o mayores a quienes admirabas; observabas en ellos cada detalle: cómo caminaban, cómo hablaban, qué decían y demás. Fue de esa manera como todos, o la mayoría, creamos un modelo mental a seguir, mismo que convertimos en realidad, para después crear un estilo propio.
Bueno, pues la imitación, la visualización, el repaso mental de como sí queremos ser son formas efectivas que modifican las conexiones existentes en nuestro cerebro para crear nuevas, lo que termina por producir el cambio exterior que deseamos. ¿No es increíble?
Dispenza expone un estudio con dos grupos de participantes; uno ensayó mentalmente ejercicios de una sola mano al piano durante dos horas diarias a lo largo de cinco días –sin tocar nunca en realidad una sola tecla. Otro ejecutó los mismos movimientos con los dedos en el teclado del piano durante igual lapso de tiempo. Los científicos compararon los cambios en el cerebro de ambos. Los resultados revelaron que los dos grupos habían aumentado las neuronas en la misma región cerebral y formaron casi la misma cantidad de circuitos neuronales.
Este estudio demuestra dos cosas importantes: nuestro cerebro cambia al pensar de distinta forma y, cuando nos concentramos en algo, éste no distingue entre lo imaginado y lo real. Es así que si pensamos repetidamente cómo queremos vernos, ser, comportarnos para convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos, llega un momento en que el pensamiento se convierte en experiencia.
Para que lo anterior se lleve a cabo es necesario tener muy claro qué quiero cambiar para después dejar que la mente superior, el universo se encargue del cómo. Por ejemplo, si mi deseo es ser más paciente, mi trabajo será visualizarme como esa nueva yo que quiero ser: alegre, tranquila y recrear en mi mente imágenes de ello. Mas este método se equipara con el de levantar pesas en el gimnasio: sólo funciona si lo practico a diario.
¿Por qué no despertar al hecho de que somos, a través del pensamiento, los directores y amos de nuestras vidas? Tengamos presente que la grandeza consiste en aferrarse a un sueño, pensarlo y sentirlo persistentemente, hasta que se convierte en nuestra experiencia y realidad.
Porque ése es el ideal de vida: alcanzar la mejor versión de ti mismo.