Sentí pena al ver el trabajo que le costaba a la señora acomodarse en el asiento del avión. Era una mujer joven, de cerca de 40 años de edad, que a su vez pudo percatarse de la incomodidad y el desagrado de sus vecinos. ¿La razón? Un grave problema de obesidad.
Una vez sentada, la señora llamó a la sobrecargo y con discreción le dijo: "Disculpe, ¿podría darme una extensión para el cinturón de seguridad?" Debido al ruido de los motores, la sobrecargo no alcanzó a escucharla, por lo que tuvo que repetirlo más fuerte y todos nos enteramos. Sentí una punzada en el pecho. Se ve que para ella todo lo cotidiano –incluso respirar– representa un gran esfuerzo.
Durante el vuelo pensé en el brutal estigma social y la soledad que acompaña a las personas que tienen este problema, en lo marginadas que pueden vivir, lo propensas a la depresión que pueden ser, los altos costos médicos y de salud que con toda seguridad tienen y lo que significa transitar por una espiral descendente de dificultades.
Si bien la obesidad puede tener un sinnúmero de causas, hoy quiero platicarte sobre una de las sustancias más adictivas que consumimos con agrado y que sin duda es una de ellas.
El enemigo común
Sabemos que en nutrición, como en todo, hay modas. Un día se dice que determinada dieta es la mejor, para que en pocos meses otra más efectiva la sustituya. Sin embargo, a pesar de la variedad de opciones en este campo, hay un enemigo en el que todos –nutriólogos, científicos, médicos alópatas y alternativos, naturistas o de otras corrientes– coinciden y señalan siempre: el azúcar. Y no me refiero al azúcar de las frutas y verduras, sino por supuesto al que agregamos a los alimentos o que viene disfrazado y escondido en un sinfín de productos que ni imaginas.
Sí, este tipo de azúcar no sólo es el causante de enfermedades que hoy casi se consideran epidemias –desde la obesidad y la diabetes hasta los padecimientos del corazón–, sino de otras tantas que jamás relacionarías con este inocente polvito blanco, como: la hiperactividad, el déficit de atención, la infección vaginal, el crecimiento del hígado y riñones, el aumento del ácido úrico en la sangre, los desórdenes emocionales y mentales; sin contar con las caries dentales, el deterioro y el envejecimiento prematuro y un desequilibrio en los neurotransmisores del cerebro. ¡Nada más ni nada menos! Bueno, por supuesto engorda y envejece el organismo al incrementar la insulina y, por tanto, los radicales libres en el cuerpo.
La fuerza de la adicción al dulce
El azúcar es un gran gancho para cautivar al consumidor, pero ¿sabías que este gran seductor es más adictivo que la morfina y la cocaína? La fuerza de la adicción al dulce se demostró en un experimento realizado con ratas en el laboratorio del Connecticut College: cuando los roedores podían elegir entre cocaína y azúcar, la mayoría elegía lo segundo, incluso las ratas que antes habían probado la cocaína. Y cuando se les retiró el azúcar por completo sufrieron de síntomas de supresión como ansiedad y temblorina: se habían convertido en adictas y dependientes.
Sí, el azúcar es una droga, como afirman Donna Cunningham y Andrew Ramer en su libro Further Dimensions of Healing Addictions. Quizá no altere tu conciencia de una manera obvia e inmediata como el alcohol o las pastillas, pero produce cambios en el estado físico, emocional, mental y espiritual. Y, como cualquier otra adicción, es devastadora en esos cuatro niveles. Sin embargo, rara vez se reconoce o se habla de esto.
¿Los culpables?
Nos volvemos adictos al azúcar por ignorancia, un estilo de vida estresante, el mundo de pantallas de todos tamaños que a diario nos seducen y facilitan tanto el trabajo como el entretenimiento y que finalmente nos arrastran a una vida sedentaria. Muchos niños desayunan un refresco antes de ir a la escuela. Y a veces prevalece la comodidad y conveniencia en casa al preparar comidas o refrigerios prácticos, pero nada nutritivos para los niños. Además, la fruta y la verdura que se encarecen, mientras que la comida chatarra se abarata. El gobierno no ha implantado un serio programa educativo en nutrición y tampoco exige a los fabricantes de comida que en el etiquetado impriman en letra grande el contenido nutricional de sus productos. Por si fuera poco, la gordura es "contagiosa", si en la familia hay obesos, las probabilidades de serlo incrementan, en fin, vivimos inmersos en condiciones que favorecen la obesidad.
Sin embargo, los expertos en el tema de la salud dirigen la principal mirada acusatoria a la desmedida ambición de la industria de comida chatarra que, sin escrúpulos, utiliza las grasas más dañinas y baratas para incrementar sus ganancias o agrega toneladas de azúcar y químicos que, como saben, estimulan los centros de recompensa en el cerebro y crean adicción.
Necesitamos tomar conciencia y comprender a las personas obesas pues, con frecuencia, su manera de comer no obedece a que quieran estar gordas o no les importe; sino que han caído en la gran trampa, están biológicamente enganchadas a desear estos productos y los consumen tanto como les es posible. Te invito a crear conciencia y a dirigir esa mirada acusatoria a quien en verdad la merece.