La inteligencia de la naturaleza es asombrosa. Al escuchar al guía hablar sobre la sinergia que hay entre todos los ecosistemas de la selva amazónica, no se puede más que aceptar, con la boca abierta, que la tierra y el medioambiente, las especies animales y vegetales, son parte de una fuerza de vida maravillosa que busca crecer y desarrollarse, y que todos somos parte de esa misma potencia creadora. En la selva como en la vida, no hay una piedra, un insecto, una planta que no juegue un papel en el todo.
Entre los relatos que escuché sobre las diversas especies, uno de los que más me asombró es el que trata sobre un árbol muy alto y frondoso que se llama capirona. Cuando las hormigas lo invaden u otros agentes externos lo dañan, como el fuego, por ejemplo, se deshace por completo de su corteza: suelta grandes placas de color castaño, hasta que su tronco queda expuesto, tan liso, verde y pulido como un poste encerado.
Esto, contrario a lo que se pensaría, le da una gran fortaleza de renovación y supervivencia. De otra manera, las hormigas y los elementos comunes lo matarían. ¿No es increíble?
Adi Shankara, un sabio védico del año 500 a. C, también describió la vida humana como una composición de capas. Cuando nos liberamos de las capas experimentamos la vida como algo mágico y encantador. En cambio, cuando hay bloques que impiden el libre flujo de la energía vital, nos sentimos mermados, agotados y alienados.
Qué delicia sería que, por lo menos una vez al año, los humanos pudiéramos hacer a voluntad lo mismo que la capirona: sacudirnos y deshacernos de todas las capas que nos restan energía y vitalidad como las formadas por el ego, las creencias, las emociones tóxicas que recubren la mente, el cuerpo y hasta nuestro medioambiente.
Así podríamos conocer y después mostrar esa parte lustrosa y brillante que siempre ha estado y está en nosotros, la que llamamos alma y es nuestra fuente de energía vital, generalmente opacada por esos recubrimientos que no dejan emanar su luz.
Es curiosa la forma de pensar del ser humano que cree –a diferencia de este árbol sabio– que acumular más y más capas externas es la forma en que se “protege” de las amenazas.
Bajo esa ilusión las personas alimentan al ego, almacenan bienes, compran cosas, sacrifican amistades, tiempo de vida, de descanso, de familia; con tal de ser, tener, lograr o aparentar más y más de lo que se es.
Y así, en esa carrera sin fin, se alejan cada vez más de su alma, de su fuente de energía y sabiduría interior, de lo que realmente las hace feliz. ¿Temor, vulnerabilidad, ignorancia, ambición, soberbia? Lo ignoro, pero valdría la pena abrirnos a las enseñanzas que la naturaleza nos da.
Las capas del hombre a las que se refiere el sabio veda, están compuestas por deseos, anhelos y aspiraciones. Así, en diferentes etapas de la vida, surgen diferentes deseos: juguetes, coches, trabajos atractivos, amantes, símbolos de éxito y demás.
Finalmente, tarde o temprano, debajo del gran estrés que lo anterior produce, muchas personas perciben también un llamado del alma, un deseo profundo de conectarse con algo superior a ellas que las trasciende, llámese Dios, conciencia, inteligencia universal, como quieras. Sólo que desnudarse y deshacerse del ego y de las capas externas causa temor; al hacerlo sentimos que nos volvemos vulnerables e inseguros.
Por eso se requiere valor para dar el paso. Lo curioso es que, aunque no siempre lo comprendamos, la completud sólo se logra una vez que imitamos a la capirona.