“La verdad es que ya no la aguantaba”, la frase lapidaria no sólo fue impactante para la hija que la escuchó, sino para quienes hemos navegado en esas aguas. Raúl, el viudo, se refirió así a Lydia, su mujer, a los quince días de que ella dejara este plano.
Raúl y Lydia llevaban 35 años casados y eran considerados un muy buen matrimonio. Lydia era conocida por ser una gran mamá, una gran ama de casa, siempre muy arreglada y preocupada por la buena educación de sus hijos. Nos preguntamos entonces, por qué la frase.
“Resultaba muy difícil vivir con ella. Todo el tiempo me criticaba –comentó Raúl– y quería controlar todo: lo que comía, lo que tomaba, lo que fumaba, las vitaminas que ingería, lo que me ponía, lo que decía, en fin… Era como tener un guardaespaldas las 24 horas, esto aunado a la sensación de vivir amarrado a una camisa de fuerza”.
“Al principio tanto cuidado me halagó, sin embargo, con el tiempo, este rasgo se acentuó y se deformó –continuó Raúl–. Después comencé a sentir una ligera incomodidad, mas la ignoré; acepté la situación y no hice nada al respecto. Poco a poco la convivencia se convirtió en una pesadilla y para evitar más roces, me rendí.”
Las anécdotas de otros con frecuencia nos sirven para extraer algún aprendizaje, además nos pueden hacer ver la luz de alerta en caso de reconocernos en algo. El sobre cariño en cualquier grado, es uno de esos aspectos que se convierten en un punto ciego difícil de notar.
Todos tenemos seres queridos por los que nos preocupamos, y a los que deseamos bien: un hijo, una pareja, una madre, un amigo. Sin embargo, hay una línea muy delgada entre ocuparnos con cariño inteligente y sobre ocuparnos. Con frecuencia es difícil distinguir una cosa de la otra. Es posible compararlo con un abrazo: al envolvernos con la presión adecuada nos consuela, reconforta y conecta. Sin embargo, se vuelve amenazante si nos aprieta al punto de la asfixia.
La primera hace mucho bien tanto al quien da el cariño como a quien lo recibe; es el ingrediente que mantiene viva una relación a pesar de la distancia, la separación o el tiempo y que vuelve la vida de cualquier ser humano plena y feliz. La segunda es tóxica para uno y otro, aún si no se externa dicha preocupación, el otro siente la energía negativa tanto en lo físico y en lo emocional como en la relación misma.
Cómo saber cuando el cuidado se convierte en un abrazo que mata
Revisa cómo te sientes. Doc Childre, fundador d el HeartMath Institute, nos dice que desde la perspectiva del corazón es muy fácil: simplemente no se siente bien. Cuando el cariño y el cuidado por el otro pesa, te provoca fricciones, expectativas poco realistas, apego emocional, proyecciones, comparaciones y, además, experimentas frustración, enojo, impaciencia, tristeza o preocupación, estás cruzando esa fina línea entre lo sano y lo tóxico.
Toda persona que viva preocupado en extremo por alguien o lo haya cuidado con sobre cariño y atención por largo tiempo, sabe que se asemeja a correr un coche sin aceite. La tolerancia y la capacidad para manejar los pequeños retos cotidianos disminuye inevitablemente.
La vida es individual y cada cual es responsable de la propia. Además de que el cariño y cuidados sanos renuevan y lubrican cualquier relación. Nos sentimos bien. Nos permite ser flexibles y resilientes bajo presión, además la sensación de conexión se fortalece y el desgaste emocional y energético se reduce significativamente.
Ocupémonos de nuestros seres queridos, pero no al grado de que un día digan: “ya no lo aguantaba”.