“A veces, escribir es otra forma de llorar”. Leo conmovida el testimonio que me escribe Vero al salir de la premier del documental Alivio y, siento un gusto sereno al ver que cumplió con la misión de abrir conciencias para romper patrones y enfocarnos en las soluciones. Te comparto su conmovedora historia.
Salgo de ver la premier de Alivio y no puedo evitarlo. Tengo que escribirlo. Mis recuerdos se agolparon unos a otros, que si no me identifiqué en una historia en específico, si en algo de cada una y se removieron sentimientos.
La pregunta: con quién prefieres irte, vino a mi corazón. Desde niña estuvo presente en mi familia, era una pregunta que solíamos hacernos una y otra vez mi hermano y yo mientras ellos, mis padres, peleaban, mientras se gritaban y se faltaban uno a otro y nos faltaban también a nosotros.
Al final siguen juntos, aún pelean, aún discuten: juntos pero separados. Crecí dentro de una familia disfuncional y me duele; sí, aún me duele. Pocas veces he escrito de ello, pero sí recuerdo que cuando los veía contentos, quizá incluso tomados de la mano, para mi era signo de esperanza. Siempre deseé esa familia de las revistas, de los anuncios publicitarios, donde no hay discusiones ni gritos ni sombrerazos. Secretamente jugué a que así fuera.
Así crecí
Cuántos dibujos hice en la escuela mientras soñaba cómo ellos eran felices sin discusiones y nosotros, a su lado, contemplando su amor. Cuánto lo deseé. Así crecí. Aprendí que ésa era mi realidad, aprendí que eran mis padres. Así eran ellos y no por eso los he dejado de amar. La fantasía de mis libros me ayudó a escapar de pronto de una realidad que me agobiaba.
Hoy, también Alivio me hace darme cuenta que mi familia no resultó tan disfuncional. No hubo golpes entre ellos y aunque si bien a veces los gritos son más duros que ellos, ciertamente experimentamos –mis hermanos y yo – amor y respeto hacia nosotros.
Ella nos golpeaba, a veces sumamente duro. El cinturón se marcaba en nuestra espalda, nos sacaba sangre de la nariz. Eran sus patrones. Su padre, mi abuelo, así educó, eso era lo que ella vio, lo que aprendió. Y nosotros fuimos víctimas de maltrato en ese tiempo, pero antes no existían los derechos del niño ni el empoderamiento a los hijos. Pasaron muchos años…
Un día, ella se dio cuenta que le teníamos miedo, no un miedo simple, sino un pánico tremebundo en el cual ella sólo levantaba la mano y nosotros nos agachábamos como perritos maltratados. Recuerdo perfecto cuando se decidió a romper patrones, aunque no sé por qué exactamente lo hizo, pero lo hizo.
Lloró mucho y nos pidió perdón. Se veía arrepentida y mencionó como justificación que ella pensó que eso estaba bien. Mis verdugones en la espalda aún palpitaban cuando mi hermano y yo la abrazamos. Lloramos los tres y ella prometió que jamás nos volvería a pegar. Lo más admirable del universo es que lo cumplió. Nunca volvió a pegarnos. Ella rompió sus patrones.
Ellos seguían –siguen – discutiendo y aunque me gustaría decir que también ahí rompieron patrones, mentiría. Tras casi 45 años de casados, viven juntos pero separados. Discuten y pelean a diario, se faltan al respeto y dan un espectáculo cotidiano a mi hermano el menor, que aún vive con ellos. Pero no todo son malas noticias.
Yo, que aprendí a refugiarme en la lectura, a viajar a otros lugares del mundo en mis libritos, yo que aprendí que escribir era otra forma de llorar, de liberarme, estaba segura de no quererme casar por sentirme incapaz de formar una familia, por no darle a mis hijos el mismo panorama que ellos me dieron a mi. Lo decidí aún joven, pero ése –según yo – era mi destino.
Entonces él llegó. Un hombre bueno. Y todo entonces cambió. Y sentí cuando su mano se juntó a la mía que era él el indicado. Y dije sí acepto. Y decidí formar mi familia. Cuando me fui de casa de mis papás para vivir mi propia historia, me fui convencida de poder romper patrones, de poder formar una bonita familia y agradecí que me hubieran enseñado qué era exactamente lo que no quería.
Lo confieso, en el fondo tenía sospechas de mi propia capacidad, de tener tan grabado todo y no poder zafarme de lo que durante tanto tiempo viví. No fue fácil al principio. Mis patrones de vida eran fuertes. Lloré muchas veces y me sentí incapaz. Quise salir corriendo. Él estuvo ahí, le conté mi historia, le conté de mi creencia de incapacidad. Él estuvo ahí.
Hoy tengo una pequeña hermosa familia; una hija maravillosa a la que admiro sobre todo por su tenacidad y empeño, por su sonrisa. Hoy, ese patrón de vida que me acompañó por tanto tiempo se ha roto, y doy gracias a Dios.
Ellos aún pelean, discuten, pero soy testigo externo de todo ello, enmudezco ante sus pleitos. Ya no soy parte de ese patrón, de esa historia, mi historia es hoy otra. Alivio me hizo remover esos sentimientos, pero sobre todo, darme cuenta que mis papás y hermanos, esa familia de origen, dentro de todo, no fue tan disfuncional como yo la juzgué. Con bajas, pero también altas, siempre gocé del respeto y del amor de mis padres, aún en los momentos más álgidos. Hoy doy gracias por ello también.