La gente se encontraba sentada en el Lincoln Center de Nueva York el 18 noviembre de 1995. Esperaba con ansiedad escuchar la música maravillosa que surgiría del Stradivarius tocado por el afamado violinista israelí Itzhak Perlman.
El concierto dio inicio después de que Perlman subió con gran lentitud al escenario, ayudado por las muletas que usaba debido a la polio que adquirió en la infancia.
A medio concierto ocurrió algo inusual: una cuerda del Stradivarius salió disparada por el salón, al tiempo que el público escuchaba el estallido. ¿Se suspendería el concierto? La gente y los músicos sabían que sin una cuerda del primer violín sería imposible continuar con la interpretación de la obra sinfónica. Después de que se hizo un profundo silencio, Perlman cerró los ojos, inhaló y dio la señal al director para continuar con el concierto.
“Esa noche tocó con tanta pasión y poder y con una claridad que nunca antes nadie había escuchado –comenta Álvaro Sierra Mayer, quien estaba presente–, continuó tocando al mismo tiempo que recomponía, modulaba, cambiaba esa pieza en su cabeza. Tenía que encontrar en tres cuerdas una pieza hecha para cuatro."
"Al término del concierto la gente aplaudió de pie por tiempo prolongado. Perlman sonrió, alzó su arco para agradecer y dijo: 'Algunas veces la tarea del artista es probar cuánta música puede crear con lo que le queda'”. Vaya lección de resiliencia. ¿De dónde surge esa fortaleza y capacidad para salir adelante a pesar de las adversidades? Del corazón.
A esto quiero llegar, a invitarte a ver que lejos de ser el órgano sensible, servil, blando y cursi que asociamos con el 14 de febrero, es la bomba más eficiente que existe en el mundo entero, además de un músculo fuerte y poderoso, fuente de la vida misma y un centro que procesa información a velocidades mayores que el cerebro.
Permíteme compartir contigo, querido lector, la pasión que ha despertado en mí este órgano que tenemos, literalmente, debajo de las narices y que desde el siglo xviii –el llamado Siglo de las Luces, la era de la razón y el conocimiento– hemos arrinconado.
Una mina de oro
El corazón es una mina de oro interior, que no hemos explotado porque ni siquiera sabemos que la tenemos. Es tan generoso como el sol, da más energía de la que toma. Es el poder de la vida y de la inteligencia que impregna y subyace al universo entero. Mediante el corazón te conectas con tu espíritu, con tu fuerza interna, con tu verdadera esencia y con una forma más elevada de saber.
El corazón tiene en sí la posibilidad de hacernos felices y hacernos vivir en abundancia, además de muy sanos. Su poder es el que yace en el centro mismo del universo. Este órgano tiene una energía que puede regenerar, hacer que distintas partes del cuerpo funcionen mejor, por ejemplo, el cerebro, las hormonas y el sistema inmunológico, ¿lo sabías?
La ciencia no se explica qué hace que el corazón comience a latir e inicie la vida. Muchos de los grandes maestros de las tradiciones espirituales alrededor del mundo describen al corazón como fuente de verdadero poder, como la puerta para conectarse con el alma, la creación, el Universo, Dios, el espíritu humano, la sabiduría y la intuición.
Me fascina saber que las investigaciones de hoy nos muestran que aquellos maestros estaban en lo correcto. El corazón es precisamente el órgano que nos hace resilientes y, como a Perlman, nos permite ser creadores de nuestra vida en lugar de víctimas. Te invito a reconocerlo, a honrarlo y a agradecerle que te encuentras vivo.