Quizá te ha sucedido un momento como estos: ver a tu hija dormida con tal paz, que te deja sin respiro; observar los ojos de tu compañero de vida y, a través de ellos, contemplar la profundidad del amor que le tienes; o bien, recibir la noticia de que vas a ser abuelo; por mencionar algunos. Instantes fugaces, escenas perfectas que te ubican en el presente y en los cuales te das cuenta de lo mucho que amas a esas personas y lo pleno que te sientes.
Pero el gozo dura unos segundos porque el miedo te lo arrebata de inmediato con el pensamiento de que algo malo les pueda suceder. Incluso, llega a tu mente todo tipo de escenas terribles, como al subirnos a un avión o a un coche con la familia entera, en lugar de disfrutar el inicio de la vacación surge en la mente el presentimiento o la posibilidad de que el avión se desplome, el barco se hunda o el coche se voltee.
Si lo has experimentado, no estás solo. De acuerdo con las estadísticas que Brené Brown, investigadora y maestra de la Universidad de Houston, muestra sobre el tema en su libro Dare to Lead, nos sucede al 90 por ciento de las personas.
¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué estamos a la espera de que nos caiga un piano en la cabeza, cuando lo que anhelamos más que nada es tener momentos de gozo? “Demasiado bueno para ser verdad”, nos decimos cuando al despertar por las mañanas pensamos: “Mis hijos están bien. Tengo un trabajo que me gusta. Estoy sano”, mientras aparece sigilosamente el fantasma de que “algo malo puede pasar”. Como si el gozo y el miedo estuvieran en el mismo paquete.
¿El gozo es una trampa?
La emoción con la cual más vulnerables nos podemos sentir no es el ridículo, la vergüenza ni el temor sino, paradójicamente, el gozo. ¿Lo imaginabas? “El gozo es la emoción que más vulnerables nos hace sentir”, afirma Brown. En una cultura como la nuestra, en la que la sensación de seguridad es tan escasa y resulta tan difícil estar a salvo o confiados nos han educado a pensar que el gozo puede ser una emboscada. Solemos “pensar lo peor” o mantenemos la guardia alta como una manera de prepararnos para que el destino no nos tome desprevenidos. ¿No es absurdo? Sin embargo, lo hacemos. Y al hacerlo cancelamos la experiencia de vivir plenamente esos “momentos mágicos” que el cielo nos arroja de vez en cuando.
La doctora Brown en su investigación ha preguntado a cientos de personas sobre lo que las hace sentirse más vulnerables y las respuestas más frecuentes son: ver a mis hijos mientras duermen, darme cuenta de lo mucho que amo a mi pareja, saber lo bien que me va, amar mi trabajo, enamorarme, observar a mis papás con mis hijos, comprometerme, tener un bebé, ser promovido, estar feliz, dejar una adicción. Conclusión: cuando vivimos algo gozoso comenzamos a vislumbrar la posibilidad de salir lastimados.
Así podemos ver que lo que más nos importa es también lo que más nos duele –consciente o inconscientemente– y nos defendemos a toda costa de ser o parecer vulnerables. Para protegernos cerramos los portones de nuestro interior; a ese mecanismo de defensa se suma el flujo constante de noticias que absorbemos y los programas de violencia que vemos. El daño colateral de procurarnos esta aparente seguridad es que también nos cerramos a la posibilidad del gozo.
¿Qué hacer?
Cuando sientas la sacudida incómoda que acompaña a esos instantes de gozo, úsala como recordatorio de gratitud a la vida, a Dios, a las personas, a la belleza, a la conexión con alguien o algo o, simplemente, al momento que vives. La gratitud es el antídoto, nos dice Brown.