Cada vez que abres un sitio web, das un like, pides un Uber, consultas Wikipedia, pagas con tarjeta, descargas una aplicación, mensajeas con un amigo por WhatsApp, entras a Facebook, Instagram, Twitter y demás, dejas una huella en el ciberespacio. Dicha huella no se evapora, todo lo contrario, se almacena para alimentar una industria de trillones de dólares que crea un perfil con tu historia, personalidad, comportamiento, preferencias y situación económica, entre otra información.
Tú y yo como usuarios ignoramos por completo que los algoritmos nos dan una serie de calificaciones que determinan no sólo quiénes somos y cuánto valemos, sino ¡cómo merecemos ser tratados! Esta información puede ser vendida a agencias de todo tipo para influir, promocionar, manipular y predecir nuestro comportamiento en el futuro. Está de miedo, ¿no crees?
¿Has aceptado usar el uso de Internet gratuito en algún aeropuerto, hotel o lugar público? Estamos tan enamorados de la tecnología que de inmediato aceptamos entrar a los sitios y páginas sin jamás leer los términos y las condiciones que nos advierten que todos los datos que proporcionemos serán suyos.
En el momento pensamos que es el precio a pagar en la era digital por obtener descuentos, consultar datos o hacer negocios, a pesar de que nuestra bandeja de entrada comienza a atiborrarse de publicidad no solicitada. Incluso cuando nos damos de baja en alguna aplicación, sitio o cuenta, nuestros datos se conservan y utilizan.
Somos un número
Los expertos afirman que inevitablemente seremos –y ya somos– reducidos a un número por una máquina. Dicho número es desconocido para nosotros, así como inobjetable y será utilizado de la manera en que más les convenga a los “brokers” para hacer negocios. Los tabuladores invisibles determinarán quiénes somos y cuánto valemos.
A una de estas calificaciones se le conoce como CLV (Customer Lifetime Value) por sus siglas en inglés, define el valor de toda la vida de un cliente y califica nuestro potencial financiero a largo plazo. Una vez que se nos determina, lo que sucede a continuación es muy simple: clientes de alto valor reciben ofertas y mejor servicio, mientras que los otros esperan.
A la información, proporcionada de manera consciente o inconsciente y que los corredores de información espían para calificarnos a cambio de algún servicio, el profesor Shoshana Zuboff, de la Harvard Business School, le llama “sociedad vigilada”, en una entrevista para la revista Psychology Today. “Una sociedad vigilada es inevitable, irreversible, pero lo más interesante es que es irresistible”, comenta Jeff Jonas, un científico experto en data.
En un curso que asistí en Inglaterra sobre cómo escribir y publicar un libro, me asombró lo que el expositor dijo: “Si no tienen al menos, 250 mil seguidores ni acudan a una editorial, porque será difícil que siquiera se interesen por su libro”. ¿Cómo, de plano?
En México, asistí a una presentación de los nuevos libros que pronto saldrían al mercado y me llamó la atención que el grupo editorial que los presentaba incluía, casi como el dato más importante del autor, el número de seguidores que tenía en redes sociales.
¿No nos estaremos deshumanizando? ¿No estaremos perdiendo el valor auténtico de sentirnos orgullosos de nosotros mismos por el resultado de un trabajo bien hecho, de llevar una vida honesta, de un talento determinado o de simplemente ser como somos al permitir que sean los algoritmos y el número de seguidores quienes decidan quiénes somos, cuánto valemos y cómo deben tratarnos?