“No sé lo que siento”, “No puedo expresarlo en palabras”, “Siento tantas cosas a la vez que no podría nombrarlas”. Es muy probable que, en tiempos de cambio o incertidumbre, hayamos pasado por no saber bien a bien lo que sentimos. Cuando atravesamos por esos momentos de confusión es común valernos de todo tipo de distractores que nos quiten esa sensación incómoda que no podemos nombrar. Todos conocemos dichas salidas: compras, trabajo en exceso, conductas adictivas, juicios, chismes, redes sociales y demás. Nuestro dolor se distrae con ellas.
Claramente, esas no son salidas saludables porque nos hacen ignorar el llamado a sanar. Cuando una emoción incómoda y sin nombre nos hierve dentro, desea nuestra atención y tarde o temprano anidará en alguna parte del cuerpo para ser somatizada. Quizá se puede manifestar como calor en el cuerpo, palpitaciones en el corazón, falta de aire, malestar estomacal o como algo que nos aprieta la garganta.
Te lanzo una pregunta: ¿cómo te sientes tú, querido lector, querida lectora, cuando alguien te honra, escucha o reconoce? Te sientes contento y agradecido, ¿cierto? Pues lo mismo sucede con las emociones. No existe peor fracaso que nuestro corazón se endurezca o cierre bajo el peso de todo aquello que no se habla.
Por ello es esencial trabajar en nombrar las sensaciones que experimentamos; esto nos acerca a ellas y nos da herramientas para liberarlas y evitar que se arraiguen en nuestro interior.
Sanar no es escapar
Sanar requiere buscar un rato de silencio y acercarnos al fuego que nos quema para abrirle la puerta, observarlo con honestidad y preguntarnos: ¿lo que siento es coraje, rabia, decepción, invisibilidad, vacío, susto? Sólo así podemos apagarlo o encausarlo. Nacimos como seres de amor y al final regresaremos a ese amor, lo que suceda en medio es elección nuestra.
Se requiere aceptar que somos vulnerables, admitir con humildad que a veces no podemos solos. Luchar o sufrir por algo será una constante en nuestras vidas. Es por esto que la naturaleza, los amigos, los terapeutas o bien la oración nos tienden la mano. Una vez que dicha emoción se libera al ser reconocida, nombrada y aceptada, encontraremos que hay mucho más espacio dentro de nuestro corazón para dar y recibir amor. El filósofo Séneca decía que “a través de lo áspero se llega a las estrellas”; si bien podemos tomar la frase como una metáfora, también puede designar un portal hacia nuestro interior.
La misión en los tiempos difíciles no es llegar a la desesperanza, sino servir de inspiración para humanizarnos más.
El dolor, la incomodidad y la pérdida siempre se dan sus vueltas por nuestra vida para luego retirarse y –aunque de momento no lo veamos–, dejar mayor espacio y convertirnos en seres más sabios, empáticos y apreciativos.
Cuando las emociones incómodas aparezcan no las rechacemos. Al contrario, aprovechemos su llegada para utilizarlas a nuestro favor y que nos sirvan como una poderosa llamada para ensanchar las puertas del alma, la conciencia y el corazón.
Les invito a no temer ni rechazar los momentos de reto o adversidad; son grandes maestros que nos muestran la manera de sacar lo mejor de nosotros mismos y proyectarlo en todas las áreas de la vida.
Mientras esto sucede, tengamos el valor de permanecer quietos y nombrar aquello que sentimos para transformarlo en composta que abone nuestra vida y sea la apertura al gozo, la abundancia y la sanación.