Hay personas enojadas con la vida; tendrán sus razones. Puede ser que alguna experiencia en la infancia, un padre, una madre, un maestro o un desamor les distorsionaran la forma de ver el mundo. No las juzgo, el dolor debe de ser muy grande. Sin embargo, cuánto me gustaría ser capaz de transmitirles lo que ahora sé y que a mí me ha servido. Me refiero al tipo de frecuencias que emitimos y sintonizamos, ya que ser conscientes de lo que generan, puede modificar una vida.
Las personas enojadas permanentemente, ven todo a través de unos lentes que apuntan de inmediato a los errores del otro, a los defectos propios y de extraños, su energía se dirige a la crítica y el juicio, lo que irremediablemente se traduce en problemas de salud personal y conflictos con cuanta persona se relacionan.
Si bien, todos hemos tenido días en lo que nada nos sale bien, en las personas resentidas la frustración parece una constante. Conviven con el rechazo, el dolor, la traición, el desamor, o la autovictimización, sentimientos que las obligan a asirse y recubrirse con un gran chaleco anti balas, que al mismo tiempo que las protege, las aleja de lo más importante. ¿Qué es? El amor. Y, este endurecimiento es lo que causa más dolor.
La ciencia ha descubierto que el corazón es un generador de ondas eléctricas, tiene bandas de alta y de baja frecuencia, con todo un rango de amplitudes e intensidades en medio. Voluntaria o involuntariamente resonamos con alguna de ellas. Para visualizar estas frecuencias es importante partir de que el universo está lleno de infinitas bandas del tipo de las radio frecuencias. Cada persona es su propia estación de radio, con su marca, su música, su contenido y sus tonalidades. Tú, yo y todos, sintonizamos diferentes frecuencias a lo largo de un día.
Mientras algunas de ellas nos afectan de manera inconsciente y no podemos hacer nada al respecto, hay otras –la mayoría–a las cuales podemos responder como elijamos si somos conscientes de ellas. ¡Ése es nuestro privilegio!
Las frecuencias del corazón son las “emociones” que experimentamos.
Ellas amplifican o agregan carga a nuestros sentimientos y pensamientos. Las frecuencias altas las generan los aspectos elevados del ser humano como el amor, la compasión, la tolerancia, la paciencia, el aprecio, la bondad y demás.
Cuando emitimos estas ondas de manera consciente, nos regeneramos internamente, se eleva nuestro sistema inmunológico, los cristales con los que vemos nuestro entorno cambian y, con ellos encontramos la verdadera fuente de la juventud.
Todo como resultado de la ley universal de “la causa y el efecto”.
Además, cuando sintonizamos esas frecuencias altas, nos volvemos más empáticos y podemos comprender que cada persona se encuentra en su propio camino de desarrollo y que cada cual hace lo mejor que puede con las herramientas que en ese momento tiene.
En cambio, cuando nos sintonizamos con las frecuencias bajas, activamos sentimientos como el temor, la preocupación, el rencor, la envidia, la deslealtad, la deshonestidad, la autocompasión y demás. Cuando los hemos experimentado nos sentimos mal, el corazón se contrae y un agujero negro nos succiona.
Además, este tipo de emociones nos desconectan de las bandas de alta frecuencia, sin contar con que físicamente nos drenan por completo y nos ahogamos en el estrés que provocan, con todos los padecimientos que desencadenan.
Finalmente, la forma en que manejemos las emociones es lo que nos agregará o nos restará calidad de vida, está en nuestras manos decidir la onda con la que nos sintonizamos.