Cuántas veces nos asombran personas que dejamos de ver unos años e irradian la misma energía y vida que antaño; o por el contrario, personas que se ven apagadas y que aparentan una edad mayor de la que tienen. ¿En qué radica la diferencia?
Por siglos hemos comprado la idea de que hay un enemigo implacable y silencioso del que no podemos escapar: el tiempo. De la misma manera, vemos a nuestro cuerpo como una máquina bioquímica que se deteriora y descompone día a día. Pues basta que lo creamos para que el universo declare “concedido”.
En la actualidad gracias al desarrollo de la investigación en diversos campos tenemos otra posibilidad: envejecer es una decisión personal. A diferencia de los animales, los humanos somos los únicos seres vivos que podemos cambiar nuestra biología a través de la conciencia de nuestros pensamientos y sentimientos.
Hoy se sabe que todo pensamiento, emoción y creencia tiene un impacto directo en el grado de envejecimiento del cuerpo.
Veamos: un pensamiento de bien genera una onda eléctrica coherente que llega al corazón y, que a su vez, crea un sentimiento de bienestar. Lo anterior provoca que el corazón produzca ondas electromagnéticas coherentes, mismas que envía a todo el organismo, lo que da como resultado un estado de armonía y salud, y viceversa.
Lo anterior varía segundo a segundo de acuerdo con las ondas que el cerebro emite. De ahí la importancia de los pensamientos. Pero, ¿qué tiene que ver esto con el envejecimiento? Todo: pues mediante un estado consciente lo puedes acelerar, retardar, detener, incluso revertir.
El famoso experimento de la psicóloga Ellen Langer y sus colegas de la Universidad de Harvard lo demuestra: “Nos vamos una semana de campamento. El único requisito es que se imaginen, se sientan y se comporten como si tuvieran 20 años menos. Los tendremos monitoreados con exámenes físicos y mentales”, les dijo la doctora Langer a un grupo de personas mayores de 75 años con buen estado de salud.
Los psicólogos reprodujeron el estilo de vida de 20 años atrás. Para leer y escuchar sólo había revistas y música de la época. Su conversación debía ser en tiempo presente sobre su trabajo (aunque ya estaban retirados) y sobre temas y acontecimientos pasados. Asimismo, debían hablar de su esposa o hijos como si ellos también tuvieran 20 años menos. Cada uno de los participantes portaba en el pecho una foto de cómo lucía a los 55 años y aprendieron a identificarse unos a otros por la foto antes que por la cara.
El propósito de los psicólogos era cambiar la percepción que esas personas tenían de sí mismas. La hipótesis del experimento era que sentirse y pensarse viejo influía directamente en el proceso de envejecimiento.
Al cabo de una semana, los médicos realizaron mediciones de la fuerza física, postura, percepción, cognición y memoria a corto plazo, junto con pruebas de los umbrales de audición, vista y gusto de cada uno de los participantes. Según los resultados, que fueron notables, los involucrados se mostraron más activos, autosuficientes y hábiles, mejoraron en fuerza muscular, oído y vista, así como en la memoria y destreza manual. Sus articulaciones ya tiesas ganaron flexibilidad en tan sólo ocho días, y su postura empezó a erguirse como en años anteriores. La diferencia fue clara sobre todo en comparación con otro grupo de la misma edad que hizo el retiro pero en tiempo real, normal y sin indicaciones especiales. ¿No es increíble!
Envejecer es una decisión: cuando tus pensamientos cambian, tu cuerpo te sigue.