En ocasiones comemos porque estamos tristes, enojados, contentos, estresados o aburridos; o porque celebramos algo; o bien, porque la comida es gratis o, por el contrario, porque ya pagamos por ella. Lo hacemos totalmente desconectados de lo que el estómago nos dice. Lo que es un hecho es que solemos vincular las emociones con la comida y con frecuencia buscamos darles salida de esa manera, lo que de inmediato se refleja en la báscula.
Asimismo, cuando queremos luchar contra el peso ganado y decidimos ponernos a dieta, como suele suceder cada enero, los alimentos prohibidos vienen a la mente una y otra vez, hasta que sucumbimos y, por supuesto, más tarde aparece otra emoción: la culpa.
La doctora Michael May, experta en el tema y autora del libro Eat What You Love, Love What You Eat, después de intentar por años bajar de peso y fracasar, encontró un método que no trata de hacer dieta. Su estrategia se basa en un enfoque de compasión y comprensión. Lo que propone es no luchar contra la comida sino hacer las paces con ella. “Comer con intención y atención”, lo que en inglés se traduce como mindfulness. No es un tema de tener el control de lo que comes, sino de estar a cargo de lo que ingieres; comer sólo cuando tienes hambre, masticar y disfrutar cada bocado y parar cuando saboreaste lo suficiente y te sientes satisfecho.
Para comer con conciencia y sintonizar los síntomas del hambre, May propone lo siguiente en la edición especial de la revista Time sobre mindfulness:
1. ¿En verdad quiero comer esto? Hacernos esta pregunta antes de meternos el alimento a la boca ayuda a calibrar nuestro nivel de hambre y evaluar por qué comemos: ¿aburrimiento, fatiga, antojo o hambre de verdad?
2. Comer sentados. Así de simple. En un estudio realizado por la University of Surrey en Inglaterra, publicado en el Journal of Health Psychology, las personas que comen un pedazo de queso en un viaje a la cocina, una barra de granola, una botana o un sándwich viendo la televisión, paradas o mientras caminan, no notan lo que consumen por lo que suelen comer más que las personas que se sientan para hacerlo. Esta alimentación hormiga pasa casi desapercibida, pero quienes la practican suelen extrañarse de que no bajan de peso aunque estén a dieta.
3. Tomarnos el tiempo. Notar el aroma, el sabor, la presentación de unos tacos, por ejemplo, antes de deglutirlos mecánicamente es importante. Se trata de disfrutar el momento, masticar despacio y tomarnos el tiempo de preparar los platillos y presentarlos en una vajilla bonita, con cubiertos de verdad; esto eleva el placer y el disfrute. Parafraseando a Nietzsche: “no es lo mismo tragar que comer que disfrutar comer, o mejor aún, disfrutarme disfrutando comer”.
4. Dividir. May recomienda dividir a la mitad la comida en nuestro plato. Es sólo una división rápida con el cuchillo, para valorar si aún tenemos hambre, incluso mientras platicamos distraídos con una persona. Esto nos recuerda monitorear nuestro estómago.
5. Escucha lo que comes. Sí, aunque suene raro. Investigadores de las Universidades de Brigham Young y Colorado State, le pidió a un grupo de personas poner atención a los sonidos que hacían mientras comían galletas, pretzels y papas fritas; mientras a otro grupo se le pidió usar auriculares. En promedio, las personas del último grupo consumió 45 por ciento más que las que escuchaban su propio ruido. El “efecto crunch” sugiere que el sonido de la comida es una clave sensorial que nos ayuda a regular la cantidad de alimentos que consumimos.
Podemos concluir que comer conscientemente tiene enormes beneficios que van desde sentirse satisfecho por un periodo más largo y bajar de peso, hasta disfrutar mucho más lo que consumimos. Hagamos las paces con la comida…