La frase la mencionó, a manera de estribillo, no se cuántas veces durante la conversación: “Es que a esta edad…” y la completaba con algún tipo de achaque, o bien, con algo que ya no podía o ya no quería hacer. Regina tendría alrededor de 42 años de edad física, pero mentalmente parecía de 80. Además, era poseedora de una energía que intoxicaba tres metros a la redonda, por lo que deseabas alejarte de ella rápidamente –lo cual hice en cuanto pude. Ella era una joven grande.
Su actitud me llevó a recordar el ejemplo de lo opuesto: una pareja de estadounidenses de pelo blanco, que calculo tendrían alrededor de 70 años de edad, y que formaba parte del grupo de 18 personas que viajamos en bicicleta por los pueblos de Francia hace un par de años. Por mucho eran los integrantes más grandes de la comitiva, pero su conducta fue una lección para todos. Eran grandes jóvenes.
Animada y alistada desde temprano con sus shorts, dicha pareja era la primera en salir por las mañanas, antes que el resto. En el camino la rebasábamos, dejándole gritos de apoyo; siempre a su paso, era la última en arribar a cualquier punto de reunión. La recibíamos con gusto. Noté que en cada parada el guía le pasaba discretamente a la señora una bolsa de hielo que ella colocaba sobre su rodilla. Con la sonrisa en la boca y la palabra amable para todos, nunca mencionó su rodilla a nadie ni se quejó de nada durante toda la semana que duró el viaje.
Una noche le pregunté a ella si tenían hijos y me respondió: “Sí, tenemos dos mujeres, pero… ellas ya son viejas”. Me dio risa que una madre lo expresara así, pero con lo que narró luego, le dimos la razón. Los papás eran los jóvenes de su familia. ¿Irónico, no?
¿Joven grande o grande joven?
