Había una vez una ciudad habitada por muchos pozos. Los pozos se diferenciaban entre sí por el lugar en donde estaban excavados y por su tipo de brocal exterior. Había brocales lujosos, modestos y otros francamente pobres.
Un día alguien llegó con la idea de que “lo que importa no es lo de afuera, sino lo que hay dentro de cada quien”, por lo que la sociedad de pozos comenzó a acumular en su interior monedas, joyas, arte, lujo, libros y todo tipo de cosas, al grado de que a ninguno de ellos le cabía una posesión más.
Al pensar dos veces la idea de que “lo que importa es lo de adentro”, un pozo listo que habitaba en las afueras de la ciudad descubrió otro significado y decidió crecer hacia adentro, pero las posesiones que tenía acumuladas le dificultaban la tarea. Tenía que deshacerse de ellas. Al principio le tuvo miedo al vacío, pero no le quedó otra opción.
Sin posesiones, el pozo comenzó a excavar en su interior y lo que halló al principio fue puro lodo, algo a lo que todos los demás temían y que los disuadía de ser más hondos. Pero este pozo no se espantó y poco a poco se fue haciendo más profundo, hasta que muy adentro ¡encontró agua! Entre más agua sacaba, más encontraba. El pozo feliz comenzó a aventarla al exterior y su entorno se convirtió en un vergel. Asombrados los vecinos, le preguntaban sobre el milagro. “Ningún milagro –respondió él–, sólo hay que buscar en el interior.”
Hoy los seres humanos tenemos sed. Por muchos años, al igual que los pozos, creímos que la respuesta a lo que buscábamos estaba en el exterior, cuando lo vivido durante esta pandemia nos ha mostrado que se encuentra en nuestro interior. Esto es cierto al grado de que, sin importar la edad, el género o la condición social, hoy escuchamos en las sobremesas, en la calle, incluso en el trabajo, una palabra que hasta hace algunos años casi era tabú: espiritualidad.
¿Será debido a que hoy hay una necesidad de regresar a algo que nos devuelva la paz y la tranquilidad de vida? Con frecuencia asociamos el significado de la “espiritualidad” con la religión; si bien son dos cosas que pueden estar vinculadas, no son lo mismo. La palabra “religión” viene de “re-ligar”, significa unirnos con algo; y la hemos asociado con ideas, ritos, costumbres, dogmas o formas de pensamiento.
La espiritualidad es nuestra esencia, sea de la religión que sea nos lleva a una misma fuente: el agua, la conciencia del amor; es esa idea o sentimiento de que hay algo especial y grandioso en lo profundo de nosotros mismos.
Volviendo a la fábula, ¿cómo vivir con nosotros mismos cuando nuestro pozo está lleno quizá de discordia, de ruido o de ansiedad? Podemos decir que nuestro problema quizá es creer que valemos por las apariencias que hemos construido a través de seguidores en las redes, posesiones y objetos para intentar conseguir el cariño, la admiración o el respeto y al mismo tiempo olvidar quiénes somos o nuestras circunstancias.
La espiritualidad es la respuesta. Ser conscientes de que la felicidad no va y viene, lo que va y viene es sólo nuestra conciencia. Toca resistir esa inercia que nos tira hacia el exterior para adentramos hacia el interior y explorar nuestro propio pozo; recorrer lentamente zona por zona, llenarlo con nuestra presencia hasta que se vuelva nuevamente algo familiar.
Ahí, descubriremos que lo más valioso de nosotros ya está en nosotros, que somos ya en hecho aquello que buscamos. Que en el vacío se encuentra el agua, entre más agua sacas, más agua recibes para hacer de cualquier desierto un vergel.