Todos hemos sentido en algún momento el desasosiego y el malestar difuso que surge de no sentirse bien con uno mismo, de haber perdido el rumbo. En esas ocasiones quizá reflexionemos: “Si tengo salud, trabajo, amigos, si mi familia está bien, ¿por qué me siento incómodo?”. Viktor Frankl llamó a este sentimiento “vacío existencial” y lo definió como la enfermedad del siglo.
El vacío existencial se puede sentir a pesar del éxito laboral o social porque ni lo uno ni lo otro nos da sentido. En cambio, se manifiesta con diversas caretas y disfraces como el aburrimiento, la agresividad y la depresión.
Frankl, padre de la logoterapia, quien después de cuatro años en cautiverio en un campo de concentración, creó, como fruto de su experiencia, una filosofía de vida que puede ser el camino a la felicidad de quienes se acerquen a ella.
En su libro El hombre en busca de sentido se lee con horror lo que vivió en esos campos, en los que todo conspiraba para que cualquier ser humano perdiera la cordura. Él descubrió, con profunda sorpresa, que el hombre es capaz de obtener sabiduría hasta de la más terrible circunstancia. Fue ahí, en las peores condiciones imaginables, que Frankl observó que el hombre, aun despojado de todo, puede elegir la actitud que toma ante la vida.
Hoy, la manera de capotear —de manera inconsciente— el vacío existencial es mediante la lucha interna entre dos frentes: el ego y el ser.
El ego
Este héroe es hiperindividualista, sus metas de vida se basan en preguntarse cómo puede ser más feliz. Una de las maneras de satisfacer dicha cuestión es comprobar su popularidad, su valía personal, su estilo de vida cool, su pertenencia a determinada tribu, al mismo tiempo que evadir el compromiso con el otro o con la sociedad.
De esta manera, el ego siente que para ganarse el respeto ajeno requiere obtener cosas, ascender, sobresalir, ganar, ser mejor que los demás, todo sin considerar al otro o contemplar un bien mayor. Aislado con sus audífonos, centrado en sus asuntos, redes sociales e intereses, se sumerge en un mundo ficticio y se desconecta poco a poco de la familia, la comunidad, la cultura, su país y de sí mismo. No le interesa conectarse con dichos aspectos. Las responsabilidades se las deja a otros.
A pesar de todo lo conquistado, sufre de un “vacío existencial”, cuyo origen, bien a bien, no logra señalar. La cura está en atender al ser. ¿Qué desea el ser?
El ser
La vida no es un viaje solitario. Este otro héroe anhela conectarse, nutrir sus relaciones, no en cantidad sino en calidad. La pregunta que se plantea es cuál es su misión vital. Frankl comprendió que mediante el amor, el trabajo y el dolor, el ser encuentra el sentido de la vida y puede conocer la felicidad aunque esté desposeído de todo lo demás que hay en este mundo —tal como le ocurrió a él.
La clave para borrar el vacío y encontrar un sentido en lo que hace es la realización del espíritu al amar, trascender, crecer y servir desde el amor al otro, a una causa, a un trabajo o país.
Es así que la verdadera lucha que libramos no está afuera, sino dentro de nosotros. Caer, retomar e intentar constantemente ese balance. De lograrlo, una ráfaga de energía nos inunda y la vida se vuelve más generosa, más transitable y más placentera.
Después de todo, decía Frankl, el hombre es el ser que ha inventado la cámara de gas y también es quien ha entrado en esa cámara con una oración en los labios.