¿Qué dice la ciencia acerca de cómo gastar ese dinero que tanto trabajo te cuesta ganar, de manera que te proporcione mayores réditos en términos de felicidad?
En estas fechas en que solemos darnos regalos, si te dieran a elegir entre un iPhone 13 o un día libre para que te vayas de excursión a alguna montaña cercana con amigos, ¿qué elegirías?
Lo más probable es que tu mente te lleve a pensar que poseer algo que puedes ver, tocar, sentir y utilizar durante un largo tiempo sea la mejor opción, y que la felicidad de tenerlo te durará tanto como el objeto, ¿cierto?
El doctor Thomas Gilovich, profesor de psicología de la Cornell University, llegó a una poderosa y contundente conclusión después de 20 años de estudio: no gastes tu dinero en cosas.
La paradoja de las posesiones es que creemos que la felicidad que proporcionan durará tanto como el objeto, sin embargo, se esfuma de inmediato. ¿Alguna vez has experimentado la emoción de haberte comprado un reloj, una prenda de vestir o lo que sea, la cual una vez que estrenas y guardas el objeto se desvanece en la oscuridad del clóset o el cajón?
Gilovich nos da tres razones por las cuales sucede lo anterior:
- Nos acostumbramos. Lo que en un momento fue novedad y nos daba ilusión, rápidamente se vuelve algo cotidiano. “Uno de los enemigos de la felicidad es la adaptación”, comenta Gilovich, y agrega: “Compramos cosas para ser felices y lo logramos. Pero sólo por un rato. Las cosas nuevas nos dan ilusión, pero en seguida nos adaptamos”.
- Elevamos la barra de manera constante. Nuevas compras nos llevan a nuevas expectativas. Una vez que nos acostumbramos a la nueva posesión, buscamos otra aún mejor. Y es así como nos inscribimos en una carrera sin fin liderada por el ego.
- Tendemos a la comparación. Se aplica aquel viejo dicho de “el pasto siempre es más verde del otro lado de la barda”. Compras un nuevo coche y estás feliz hasta que el vecino se compra uno mejor. Y si de algo podemos estar seguros es de que siempre habrá alguien con –lo que sea– mejor que lo tuyo.
Gilovich y otros investigadores llegaron a la conclusión de que las experiencias, tan pasajeras como son, nos proporcionan una felicidad mucho más duradera que las cosas materiales. Y cuando compras algo, también compras la preocupación de cuidarlo, de que no te lo roben o maltraten. Incluso te das cuenta de que no te da la satisfacción que esperabas. Eso no sucede con las experiencias.
Nada sustituye las risas, las pláticas, los brindis, la comida que se comparte, las caminatas tempraneras o las noches de jugada entre amigos o familia. Experiencias que se graban en el alma. No hay regalo material que logre esta conexión y satisfacción.
Somos la suma de nuestras experiencias, no de nuestros objetos. Hay que ir a viajes, conciertos, tener momentos entre amigos, familia. Cuando partamos de este mundo, poco importará lo acumulado. En cambio, los recuerdos, las memorias y experiencias además de que se van con nosotros, no hay manera de cuantificar su valor.
Me gusta como Steve Taylor, interpreta nuestro deseo de poseer. “No hay necesidad de llenar tu casa de objetos lujosos en espera de que su calidad se refleje en ti. No hay necesidad de que vistas ropa de diseñador con la esperanza de que su calidad se filtre a través de tu piel”. Además, diversos estudios confirman que el bienestar no aumenta proporcionalmente a las posesiones que acumulamos.
Viajar, convivir, aventurarte a experimentar cosas nuevas es, sin duda, la mejor forma de invertir en tu felicidad.
La paradoja de las posesiones…