¡Qué frágiles e inseguros podemos ser los seres humanos! No cabe duda de que cuando una persona se siente desvalorada o poca cosa o cifra su valor personal con base en los objetos materiales, se convierte en el perfecto alimento para los tiburones. ¿A qué me refiero?
Cuando lo escuché comentar en una reunión ¡no lo podía creer!, a pesar de que sé que los mercadólogos y publicistas conocen bien nuestro punto ciego –léase el ego–, y que todas las campañas exitosas apelan a esa necesidad de sentirnos aceptados, diferentes, especiales y exclusivos.
En verdad pienso que hay algunas marcas que exceden los límites y explotan todo el potencial de nuestras inseguridades para posicionar y vender sus productos como objetos de deseo. Y si bien es una técnica común y recurrente, hace poco me enteré de una en especial que me causó irritación y enojo.
Ya no basta con subir los precios a la estratosfera sin que el producto lo justifique –primera señal que nos hace sentir exclusivos y especiales–; sino que ahora, la técnica de esta marca de objetos de lujo ha optado –no sé desde cuándo– por negar el acceso a la compra de sus bolsas llamadas Kelly o Birkin. Los anzuelos que el ego muerde es que nunca las verás exhibidas en los aparadores de las tiendas, porque “no son para todos”, y no cualquiera, aunque tenga todo el dinero del mundo, las puede comprar.
¡Sí, como lo lees! Es decir, si una persona entra a la tienda como hijo de vecino y quiere comprar una de las bolsas, no obstante sea un millonario y ofrezca pagar miles de dólares al instante, no se la venderán. El precio, por absurdo que parezca, es equivalente al precio de un coche, y no exagero.
Una persona solamente puede adquirir uno de estos bolsos si cumple con tres requisitos:
-Si algún cliente conocido por la marca la recomienda como persona confiable.
-Si esa persona ha creado un historial de compras de otros y muchos productos que reflejen que lleva el “estilo de vida” de la marca.
-Si hace su pedido con ocho y hasta 12 meses de anticipación (la fecha de entrega no se asegura).
Si reúnes las condiciones y eres merecedor del anhelado producto, cuando éste llega a la tienda te citan como si fueran a darte un paquete de droga. Es decir, no se hace a la vista de las demás personas, sino que se entrega dentro de un vestidor a cortina cerrada, envuelta en una caja preciosa con un moño. La vendedora lleva puestos ¡guantes blancos! para sacar la bolsa del paquete y entregarla como un niño recién nacido a su mamá. El cliente firma de recibido y se le hace saber que si acaso quiere otra, tendrá que esperar un año para hacer la solicitud.
Durante todo este proceso es como si de manera maquiavélica hipnotizaran a la persona haciéndole creer que con ese objeto sí será “alguien importante” y el vacío interior desaparecerá. Muchas mujeres caen redondas en la trampa de creer y sentir que si traen la bolsa lograrán conseguir no sólo el aprecio, la valoración y la aceptación de la sociedad entera, sino su propia estimación, de tal manera que en lugar de llevarla de manera casual, la portan como si ésta fuera un escudo que garantiza todo lo mencionado.
No sé qué opines tú, querido lector, pero quizá a mí me irritó tanto conocer esta historia porque el mismo día que acudí a la reunión y la escuché, llevaba el pesar en el alma de tener una amiga en el hospital muy enferma y preocupada porque su familia carece del dinero necesario para pagar su operación. Sin embargo, parece que así de absurda es la vida.
La solución al vacío interior no viene de afuera, por más caro y exclusivo que sea un producto no lo llenará, solamente mirando hacia adentro y con recursos internos podemos satisfacerlo de verdad.