Cada persona crea su realidad según la manera que tiene de ver la vida. Así como los esquimales no distinguen más de un tono de verde en un ambiente selvático, nosotros no distinguimos la inmensa gama de blancos que ellos perciben en la nieve. El mundo en el que vivimos y cómo lo experimentamos –incluido nuestro cuerpo– dependen del aprendizaje.
La percepción parece automática, pero es un fenómeno asimilado. Esa es una de las teorías que la física cuántica ha revelado. Aunque las cosas “allá fuera” aparentan ser reales, no hay prueba alguna de que dicha realidad sea más que una apreciación del observador.
Los estudios muestran que sólo de forma superficial los sentidos reportan habitar un cuerpo sólido, pues somos mucho más que eso. Cada átomo es 99.9999 por ciento espacio vacío y las partículas subatómicas son un manojo intangible de energía que vibra en esa inmensidad. Por lo que los sentidos registran sólo una fracción mínima de la realidad. Pero, ¿De qué sirve ser conscientes de esto?
Pongamos un ejemplo: tanto en Estados Unidos como en Inglaterra las personas de 65 años se retiran de manera obligatoria. De un día a otro, una persona pasa de sentirse útil a la sociedad con sus conocimientos y trabajo, a ser alguien totalmente dependiente de ella, por lo que le sobreviene un sentimiento de inutilidad. “Muerte temprana por retiro”, es el término con el que se conoce al síndrome provocado por el cambio de la propia imagen al sentirse inservible, el cual es suficiente para enfermar o incluso morir. En cambio, sociedades como la japonesa, la india o la china valoran y respetan la ancianidad, por lo que las personas mayores permanecen fuertes, sanas y vigorosas. La percepción es aprendida y transmitida de generación en generación.
En la cultura occidental hemos asumido que, a cierta edad, el deterioro es inevitable. Dicha impresión afecta la realidad de manera inexorable. La falta de energía en la vejez puede deberse en gran parte a que la gente espera ese declive. Entre mayor sea la preocupación por envejecer, mayor será la velocidad del deterioro. Así, el mundo se vuelve un reflejo de la persona que lo registra.
Por otro lado, es un hecho que al sentir emociones intangibles, como temor o amor, el cuerpo secreta adrenalina o la hormona dhea (dehidroepiandrosterona) y la realidad intangible se transforma en moléculas tangibles, parte de la realidad. Es decir, a donde un pensamiento va, una sustancia química le acompaña. Esto en apariencia tan sencillo se convirtió en la revolución de la medicina integrativa, la cual considera al paciente desde un punto biológico, mental y espiritual, a partir de la relación entre la mente y el cuerpo.
Los médicos saben que, cuando dos personas padecen de un mismo mal, lo expresarán y vivirán de acuerdo con la realidad intangible de cada una; es decir, de su actitud y visión de la vida, de su percepción de las cosas, de la confianza o no que tengan en el diagnóstico, de las creencias en determinado tipo de medicina y mil cosas más. Toda esta realidad impacta de manera directa en la otra realidad.
A manera de conclusión: ser consciente de nuestra realidad, de aquello que nos permitimos pensar y sentir, así como de la manera en que aceptamos el proceso natural de madurar y envejecer, pueden marcar una gran diferencia en nuestra realidad y en el nivel de salud que experimentamos.
¿Por qué no sembrar a diario un pensamiento como: “Cada día me siento más sano y más fuerte”, para transformar nuestra realidad?