El experimento me pareció profundamente revelador. Pocos científicos conocen las células tan bien como el doctor Bruce H. Lipton, biólogo celular, pionero en la clonación de células madre, a quien el resultado de uno de sus experimentos le cambió la forma de ver la vida.
El doctor Lipton cultivó en su laboratorio unas 50 mil células madre dentro de una solución químicamente balanceada, para que crecieran y se reprodujeran sanamente. Siendo genéticamente idénticas las dividió y colocó en tres diferentes platos de cultivo. Cada uno de ellos tenía diferente “ambiente”, es decir, contenía diferentes sustancias bioquímicas. Al cabo de algunos días, el resultado lo dejó perplejo.
En el primer plato se formaron células de músculo; en el segundo, células de hueso; y, en el tercero, células de grasa. ¿Cómo fue posible si se trataba de las mismas células? Lo único que era diferente era el entorno. Entonces surgió una segunda pregunta más profunda: ¿qué controla el destino de las células?
Lipton llegó a la siguiente conclusión: “La sangre es el campo de cultivo, no hay diferencia si está en un plato o en el cuerpo. Cuando tomo células sanas y las coloco en un entorno nocivo, la células enferman y mueren”. Entonces, no son los genes, es el medio ambiente lo que afecta a la célula. Sin embargo, cuidado, entre el medio ambiente y las células, está la interpretación. Y la interpretación depende de cada individuo.
Por ejemplo, imagina que estás en un jardín soleado muy hermoso, lleno de flores y árboles frondosos. Pensar en ello provoca que tu cerebro perciba la belleza y segregue hormonas de bienestar como dopamina, endorfina y otras. Esa combinación química le dará salud al cuerpo. Sin embargo, un momento después, notas a lo lejos una sombra y de inmediato piensas que hay un animal que te puede atacar. En ese instante tu pequeño paraíso desaparece y tu mente entra en su propio infierno al segregar hormonas de estrés y agentes inflamatorios, lo que tendrá consecuencias negativas en tu organismo.
En otras palabras, tu pensamiento cambia tu percepción, que a su vez, se traduce en química, misma que viajará por la sangre alterando el estado de esos 50 trillones de células. Entender esto puede cambiar la manera en que vemos el mundo, porque entre mi mente y la realidad está mi percepción.
La trascendencia de estos descubrimientos es que nos permiten darnos cuenta de que la mayoría de lo que tenemos, en términos de salud, relaciones y abundancia, es el resultado de lo que hemos generado en la mente.
Cuando te reflejas en el espejo no eres tú quien se refleja, sino una sociedad muy compleja formada por 50 trillones de células que cohabitan de manera más armónica que muchos países, tribus, vecinos o, incluso, parejas. Es por eso que, como dice el doctor Bruce H. Lipton, tenemos mucho que aprender de ellas.
Antes se creía que los genes controlaban nuestra vida, lo que nos convertía en víctimas de las circunstancias o bien de la herencia genética, y esto nos desempoderaba totalmente. Como podemos ver, gracias a la epigenética –del griego epi, que significa en o sobre, y genética– sabemos que hay factores no genéticos que controlan la expresión de los genes. ¿Qué provoca que la química de la sangre cambie? La respuesta es: el pensamiento.
Ahora que sabemos que las células responden no al mundo real sino a nuestra interpretación, recobramos el enorme poder que tenemos sobre nuestra salud y nuestra vida en general.
Todo depende de la interpretación…