Imagina una foto tuya de cuerpo entero hecha un rompecabezas. Ésa era la oferta de la juguetería a la que fui con mi nieto Mateo –precisamente en busca de un rompecabezas con el cual entretenernos. "¡Qué vanidad –pensé– y qué divertido al mismo tiempo!" Tu cuerpo fragmentado en mil pedazos, es una gran idea.
La propuesta me hizo reflexionar, ¿qué piezas colocaría primero? Te lanzo también la pregunta lector o lectora. Quizá las esquinas o las partes que reconoces fácilmente de ti, como los ojos, los pies, la nariz, etcétera. Ahora, ¿qué piezas te gustaría ignorar o cuáles, de plano, quitar? Es posible que tengamos el impulso de dejar para el final las piezas que en el plano físico quisiéramos no notar, pero que la vida, la edad o las experiencias nos han marcado. Muchos de nosotros nos quedaríamos sin piernas, panza, caderas o, incluso, sin rostro: ¿a quién le gusta ver sus arrugas?
Ahora imagina que la fotografía del rompecabezas incluyera todas las partes de la personalidad que no se ven: el carácter, las fortalezas, las cualidades, la cultura, la sensibilidad y demás; así como las debilidades, las fobias, los miedos, las partes oscuras y todos los defectos que tenemos escondidos en el clóset. Si eliminamos dichas piezas “negras”, la imagen final sería simplemente irreconocible, ¿cierto?
Todos queremos vernos bien, anhelamos ser o parecer fuertes, capaces, inteligentes, espirituales, cultos, sensibles ante los demás. Y esa es la imagen que nos esforzamos en proyectar, a veces hasta el desmayo. A muy pocos o a nadie le gusta ser percibido como débil, enojón, ignorante, celoso o como alguien desestructurado; lo cierto es que a veces lo somos más de lo que queremos admitir.
Lo curioso es que una vez que aceptas integrar al rompecabezas las piezas “negras” descartadas, esas que te han causado sufrimiento y vergüenza, con la idea de reconocerlas y trabajarlas para que retomen los colores, resulta que son precisamente ellas las que te permiten ver la imagen completa con nuevos ojos: los ojos de la empatía y la compasión. Si no reconoces tus propias piezas negras la mirada severa para juzgar y atacar al otro será automática. Bien dice Un curso de milagros: “Todas las dificultades provienen del hecho de no reconocerte a ti mismo”.
Sólo vemos el pasado
La tendencia humana es hacer una fotografía mental acerca de nosotros o de quienes nos rodean y una vez tatuada dicha foto en la mente no somos capaces de ver a la persona como es o somos ahora. Sólo vemos el pasado. Por ejemplo, si me encuentro con una amiga a la que dejé de ver durante cinco años, mi tendencia injusta será percibirla tal como era en el pasado. Sin embargo, la gente crece, madura, cambia, pero el letrero que colocamos en su frente nos ciega por completo. Pero cuando reaccionamos al error que vemos en el otro, el daño nos lo hacemos a nosotros.
Se requiere “reconocer” “reconocerse”, la palabra siginifica “conocer de nuevo” y permitir que nuestra propia sabiduría, ganada mediante la vulnerabilidad, los errores y la sanación, nos permita ser empáticos a la hora de formar el rompecabezas. El primer paso para deshacer las “piezas negras” es cuestionarlas y tener la intención de verlas con nuevos ojos.
La exploración del interior facilita un puente de empatía y comprensión hacia el otro. Para formar un rompecabezas completo necesitamos primero incluir, aceptar y conectar todas nuestras piezas, en especial las “negras”.
Integridad no significa perfección. Significa no dejar ninguna pieza afuera. ¿Fácil? No, no lo es, pero se puede.