Al entrar a mi recámara, el aroma nuevamente me tomó por sorpresa. Sonreí llena de felicidad y corrí a abrazar y a agradecerle al árbol “Huele de Noche”, su tan preciado regalo. Nada, ninguna esencia comercial, por más sofisticada o cara que sea, se compara con ese perfume que sale de las pequeñísimas flores blancas, que el árbol nos regala cada seis meses –durante unas gloriosas diez noches.
Durante los días en que el encanto dura, dormimos con la ventana abierta y en lo personal, procuro aspirar profundo el aire perfumado como adicta a una sustancia. Su fragancia me abraza el alma y siento que es la forma en que el árbol contribuye a hacer el mundo, más bien –mi mundo mejor. Acto que también estoy segura, el árbol sabe y disfruta. Así que corro a acariciarlo y a agradecerle su gran aportación ante las miradas burlonas de Pablo mi esposo que de “loca” no me baja.
La ciencia lo comprueba
Un grupo de científicos encabezados por Olivier Van Aken de la Universidad de Australia, han comprobado que las plantas en realidad pueden sentir, cuando las tocamos. No sólo eso, sino que sensaciones diferentes disparan en ellas cambios fisiológicos y genéticos dependiendo del tipo de estimulación ya sea unas gotas de lluvia o una pequeña caricia, lo que me parece increíble.
“Mientras que las plantas en apariencia no sienten o se quejan cuando pellizcamos una flor, las pisamos o las rozamos con la ropa en una caminata, están por completo conscientes del contacto y responden de inmediato al trato”, comenta Van Aken para Science Alert. Las pruebas son todavía preliminares para poder afirmar que “sienten” de una manera parecida a la nuestra percepción de sentido.
Sin embargo en pruebas anteriores, realizadas por el investigador Stephano Macuso, un doctor en biofísica, que estudia la neurobiología de las plantas y cuyo trabajo acaba de presentar en el congreso que se realizó en Vancouver, Canadá acerca de éste nuevo tema expone sus teorías que nos abren un nuevo paradigma y afirman que si, que las plantas pueden sentir, aprender, recordar, reaccionar, atributos que solemos asociar con la inteligencia de los humanos.
Basta detenernos en el campo para observar no sin asombro, los movimientos que un girasol realiza para seguir al sol; pues aún hoy en día, los científicos no se explican ésta habilidad sensorial. Por otro lado, Mancuso explica que las plantas, vistas a cámara rápida, se comportan como si tuvieran cerebro: tienen neuronas, se comunican mediante señales químicas, toman decisiones, son altruistas y manipuladoras. Y que hace cinco años era imposible hablar de comportamiento de las plantas, hoy podemos empezar a hablar de su inteligencia.
¿Cómo medir su inteligencia?
“La cuestión es cómo medir su inteligencia, --dice Macuso. Pero de una cosa estamos seguros: las plantas son muy inteligentes, su poder de resolver problemas y de adaptación, es grande”.
Los científicos afirman que hoy sabemos que las plantas tienen familia y parientes y que reconocen su cercanía. Ellas se comportan de manera totalmente distinta si a su lado hay parientes o si se trata de extraños.
Si son parientes no compiten entres si: a través de las raíces, dividen el territorio de manera equitativa. Además, para que una semilla llegue a la luz deben pasar muchos años; mientras tanto, las semillas son nutridas por árboles de su misma especie. ¿No es increíble?
En cada punta de las raíces existen células similares a nuestras neuronas y su función es la misma: comunicar señales mediante impulsos eléctricos, igual que nuestro cerebro. En una planta puede haber millones de puntas de raíces, cada una con su pequeña comunidad de células; y trabajan en red como internet.
En Youtube, se puede ver un video que en el que en un laboratorio se colocan dos pequeñas masetas en las que se les sembró una semilla de frijol a cada una, tal y como lo hicimos en la primaria alguna vez. En medio de las dos masetas, se colocó un pequeño palo a unos veinte centímetros de distancia entre ellas, mientras una cámara especial fue grabando todo el proceso de desarrollo de sus respectivas varitas y hojas.
En el video se observa como pareciera que ambas plantas se percatan de la presencia del palo y compiten entres si, para crecer más rápido, alcanzarlo, enredarse en él para asegurar su subsistencia. En cámara lenta podemos ver cómo cada uno de los tallos comienza a dar chicotazos hacia el palo, hasta que una de ellas es la victoriosa y de inmediato enreda su tallo en él.
Lo asombros es que en el momento en que esto sucede, la otra planta se rinde y dobla su tallo hacia la tierra como si desfallecera.
“A diferencia de los animales, las plantas no pueden correr y huir de condiciones adversas. En cambio, las plantas parecen haber desarrollado sistemas intrínsecos de defensa para sentir el ambiente, detectar el peligro y responder de acuerdo a la situación”, comenta Van Aken.
Mientras leo las declaraciones de éste científico australiano, aspiro el sutil aroma que, con el caer de la noche empieza a regalarme mi pequeño árbol Huele de Noche; literalmente me brinca el corazón.
Inteligentes o no, de algo estoy totalmente convencida: como todo ser vivo, mi árbol siente el ambiente por lo que siente y agradece el sentirse apreciado; así que corro a decírselo y a acariciar sus hojas.