Los seres humanos hacemos de todo para alcanzar el sueño de una vida plena y feliz. Pero ¿cómo definir una vida feliz? Para cada persona significa cosas distintas; sin embargo dentro de todas las variantes, podríamos afirmar que es algo que nos hace sentir bien, contentos y optimistas. El hecho es que a mayor felicidad, la salud, la productividad y las relaciones fluyen más fácilmente.
La vida nos ofrece varios tonos de lo que se considera “felicidad”, desde un estado de calma interior, un contentamiento, un gozo hasta sentirnos en estado de gracia. Por ejemplo, sentarte frente a la chimenea en una tarde fría mientras tomas un té, escuchas música y lees un buen libro; usar un suéter grueso de lana mientras tomas una copa de vino y acaricias a tu perro echado a un lado de ti. Sentir el sol en la espalda mientras caminas en compañía de la familia o de tus amigos; pasar un rato envuelto en un delicioso edredón. Todo esto serían ejemplos de sentir un estado de calma interior y, por supuesto, se trata de algo subjetivo.
Reunirse con la familia o los amigos y disfrutar de una sobremesa larga, en la que se habla de todo y nada; lograr un ascenso en el trabajo; recibirse de la carrera; que tu equipo de futbol gane el partido; concretar un proyecto; levantarse a cantar y mover los brazos al ritmo de la música; sembrar un árbol en familia o bailar alrededor de los novios y celebrar con ellos son también ejemplos de sentirnos contentos y alegres. Este nivel de felicidad es contagioso, todos nos impregnamos de él. Permitimos que las máscaras desaparezcan y, en conjunto, tocamos nuestra propia autenticidad.
El gozo es más profundo
Hay otras ocasiones en que la vivencia de la felicidad pertenece a otra frecuencia más elevada. Quienes hemos tenido el privilegio de ser padres, hemos sentido el tiempo detenerse al momento de conocer la carita del bebé, en esas ocasiones experimentamos un gozo indescriptible. También se siente una gratitud difícil de definir cuando ves, como si se tratara una escena de película, que tus hijos juegan, ríen y se divierten en total armonía; o bien, cuando ya adultos los ves formados como personas de bien,. Cuando disfrutas lo que haces y puedes expresar tus fortalezas a diario; cuando te sientes en comunión con tu pareja a través de una mirada o un apretón de manos. Todos ellos son momentos trascendentales que pueden durar segundos, sin embargo, perfilan la vida en su totalidad.
La dimensión más profunda del gozo siempre se conecta con el plano espiritual. Cuando ese gozo no viene de lo material, ni de los logros ni de la familia ni de la satisfacción plena, surge del contacto con algo inesperado y sin límites, una fuerza mística mayor a nosotros. Son instantes trascendentales en que el tiempo se detiene y nos invade el estado de gracia, en que nos sentimos plenos, en unión absoluta con la naturaleza, el universo o Dios. Lo pienso como un regalo de la vida que de vez en cuando descubrimos, en el que todo es perfecto. En esas ocasiones nos invade un amor, una abundancia y una gratitud difíciles de expresar con palabras.
Lo interesante es que este regalo siempre está y ha estado a nuestro alcance, ¿cómo abrirlo? Al estar dentro de ti y de mí, en cualquier lugar, pero en especial en la naturaleza, se vuelve más accesible en el silencio, cuando estamos presentes. El secreto está en pensar, sentir y apreciar todo lo que la vida ya nos ha dado a manos llenas.
Y entre más aprecias, más recibes y más disfrutas de las distintas tonalidades que la felicidad contiene.