Con sólo verlo recordé lo dolorosas que son esas raspadas. Salimos a andar en bicicleta, Max, uno de nuestros acompañantes de catorce años, se cayó cuando pasamos por un tramo de grava. Todo el lado derecho de su cuerpo, incluyendo la mano, el brazo, el pecho y la pierna, quedó con heridas sangrantes en forma de rayas. Después de atenderlo, salió como si nada a jugar futbol con los otros niños. “¿Cómo sigues Max?”, le pregunté “Ya perfecto”, me contestó mientras corría a patear la pelota. Su respuesta me quitó un peso de encima y me enseñó que esa actitud resuelve más rápido los problemas.
La respuesta de Max a algo tan simple como cotidiano, confirma la ley de la expansión: aquello en lo que te enfocas se expande. Sí: donde pones tu atención, pones tu energía; y todo a lo que le pones tu energía, crece. Si lo pensamos en relación con las situaciones personales, vemos que basta quejarse de la gripa, para que la enfermedad se agrave, o piensa en el ejemplo que quieras, dolor en la espalda, insomnio, en fin. Puedo afirmar que todos en algún momento hemos comprobado que la queja no remedia el mal y muchas veces lo acrecienta.
San Agustín decía que el dolor es el estiércol del ganado: si lo colocas en medio de la sala, apesta; en cambio, si lo pones junto a las raíces de un árbol, éste se abona y crece. Es decir, el dolor puede ser fecundo cuando obtenemos un aprendizaje; pero si lo ubicamos en el lugar equivocado, intoxica la vida.
Esto también se puede aplicar a los momentos dolorosos y vergonzantes que pasamos como país. Partamos de que en nuestra mente sólo puede haber una convicción a la vez. En lugar de enfocarnos en los problemas y en las carencias, busquemos las soluciones para crear otra realidad.
Los mexicanos reclamamos justicia, nos indigna hasta la médula el caso Ayotzinapa, la tremenda corrupción que sabemos existe en gran parte de nuestro gobierno y tantos otros asuntos. ¿Pero qué podemos hacer? Quejarnos sin hacer nada sólo nos perjudica, basta abrir los periódicos, ver las noticias o escuchar las sobremesas para comprobarlo. El círculo vicioso crece y más nos hundimos en el pantano.
No perdamos tiempo analizando las causas de una cuestión que ya conocemos, vámonos directos a la solución. Cuando hay oscuridad, no se lucha contra ella, mejor se enciende la luz.
La oscuridad en la que vive nuestro país es un llamado a que la luz se encienda.
Recurramos a la cultura, la educación y la ética en nuestros actos.
La propuesta es enfocarnos en lo que sí queremos. Cada individuo no sólo tendría que tomar algún tipo acción en contra de lo que nos aqueja, sino también promover lo que sí amamos.
Un buen entrenador deportivo sabe que para que un atleta avance hay que mostrarle lo que hace bien y cómo puede hacerlo mejor; mas nunca tratar de impulsarlo con una crítica lacerante. Y esto se aplica a nosotros mismos, a los niños y a las personas con las que colaboramos en todos los niveles.
La invitación es a pensar y enfocarnos en lo que sí queremos que suceda en lo personal, en el trabajo o en el país. Actuar consecuentemente con nuestras convicciones es una manera de enfrentar los problemas positivamente
¿Qué pasaría si hacemos énfasis en todo lo bueno que hay en México y lo tomáramos como ejemplo? Porque suceden cosas buenas y sin duda hay gente talentosa y comprometida.
El reto está en vivir sin miedo y tratar de dar la mejor respuesta a cada reto que se presenta en la vida, ya sea individual o colectivamente. Los mexicanos tenemos la luz para salir de esta situación si así lo decidimos.