Con sólo verlo recordé lo dolorosas que son esas raspadas. Salimos a andar en bicicleta, Max, uno de nuestros acompañantes de catorce años, se cayó cuando pasamos por un tramo de grava. Todo el lado derecho de su cuerpo, incluyendo la mano, el brazo, el pecho y la pierna, quedó con heridas sangrantes en forma de rayas. Después de atenderlo, salió como si nada a jugar futbol con los otros niños. “¿Cómo sigues Max?”, le pregunté “Ya perfecto”, me contestó mientras corría a patear la pelota. Su respuesta me quitó un peso de encima y me enseñó que esa actitud resuelve más rápido los problemas.
La respuesta de Max a algo tan simple como cotidiano, confirma la ley de la expansión: aquello en lo que te enfocas se expande. Sí: donde pones tu atención, pones tu energía; y todo a lo que le pones tu energía, crece. Si lo pensamos en relación con las situaciones personales, vemos que basta quejarse de la gripa, para que la enfermedad se agrave, o piensa en el ejemplo que quieras, dolor en la espalda, insomnio, en fin. Puedo afirmar que todos en algún momento hemos comprobado que la queja no remedia el mal y muchas veces lo acrecienta.
Lo que sí queremos
