“Comencemos con un hecho simple: el tiempo pasa más rápido en las montañas que al nivel del mar”, así inicia el libro The Order of Time del físíco Carlo Rovelli, director de investigación cuántica del Centro de Física Teórica en Francia, y con esa frase me invita a no soltar el volumen.
La diferencia entre un tiempo y otro es pequeña, como comenta el autor, puede medirse con instrumentos de precisión que se compran en internet por unos miles de dólares. Con un poco de práctica, cualquiera puede ver que el tiempo se alenta, nos dice Rovelli. Incluso, agrega, si dos amigos, uno que vive en las montañas y el otro en una planicie, se dejan de ver durante una temporada y luego de unos años se encuentran, notarán que el que vivió al nivel del mar habrá vivido y se habrá avejentado menos. ¡Qué tal!
La razón, afirma, es que los mecanismos de su reloj han oscilado menos veces. Ha tenido menos tiempo para hacer cosas, sus plantas han tardado más tiempo en germinar, sus pensamientos habrán tenido menos tiempo para desarrollarse y concluye: “Simplemente hay menos tiempo abajo que en las alturas”.
Nos deja sorprendidos. Sin embargo, así es como funciona el mundo. El tiempo pasa de manera más lenta en algunos lugares que en otros. Vaya si en el mundo entero lo hemos podido comprobar durante esta cuarentena, en la que el tiempo se alenta y al mismo tiempo transcurre muy rápido; pesa como lápida y se escapa entre los dedos como agua.
Einstein lo sabía, incluso antes de contar con los instrumentos adecuados para comprobarlo. “No existe un solo tiempo, cada reloj marcará el suyo.” Salvador Dalí, el pintor surrealista, mostró esta variedad de tiempos al pintar su famoso cuadro La persistencia de la memoria, en el que por medio de relojes derretidos sobre diferentes objetos, representa el tiempo que sucede de manera diferente.
En la mitología hindú, el río del cosmos se representa con la imagen sagrada del dios que baila, Shiva, que tiene un rostro con tres ojos destinados a ver el pasado, el presente y el futuro. La danza de sus mil brazos sostiene el flujo de los ciclos de la vida: nacimento, crecimiento y muerte.
Einstein descubrió que la velocidad a la que nos movemos afecta la percepción del tiempo. En el caso de los dos amigos que refiere Rovelli, si se les pide que uno se quede quieto y el otro camine todo el día, tendrán que el tiempo pasará más lento para el que se mueve; pero además, su reloj marcará menos paso de tiempo. Increíble, ¿no? Es quizá por esa razón que antes de esta cuarentena el tiempo no nos alcanzaba para nada; en cambio ahora, no sabemos qué hacer con tanto tiempo y, a la vez, al llegar la noche nos invade la sensación de haberlo desperdiciado.
¿Qué pasa cuando nada pasa?
—¿Cuánto dura el para siempre? —le pregunta Alicia al conejo.
—A veces, sólo un segundo —responde el Conejo Blanco en el famoso cuento Alicia en el País de las Maravillas—. Hay sueños que duran un instante en el que todo parece congelarse por una eternidad.
El tiempo es elástico en nuestra propia experiencia. “Las horas pueden volar como minutos, los minutos pueden ser opresivamente lentos como si fueran siglos”, nos dice Rovelli, quien afirma que la noción del presente, del “ahora”, no se extiende a todo el universo. Es una ilusión. Es como una burbuja a nuestro alrededor. Es como localizar el punto donde el arcoíris toca la tierra: crees que la puedes ver, pero te acercas y no hay nada.
Entonces, ¿qué es lo que los relojes miden? Tal vez sólo representan nuestra acotada percepción de un flujo infinito, he ahí los misterios del tiempo…