Si un aguilucho es separado de su madre se arrastrará por la tierra como un pollo. Podría incluso mirar hacia arriba y ver águilas volar y no adivinar nunca que estaba destinado a elevarse por los aires.
A las águilas las madres les enseñan a volar. Un día el águila con sus potentes alas comienza a destruir el nido para incomodar al aguilucho. Es el día en que tiene que aprender a volar. La madre lo arroja hacia el precipicio para que la cría desarrolle fuerza en las alas y aprenda a sobrevivir de manera independiente. "Y ahora, ¿qué es esto, qué pasó!", sentirá el crío lleno de desconcierto y pavor ante un cambio tan brusco.
En dicha aventura, tristemente algunos se estrellan en el suelo, pero los que no, surcan los cielos. El hecho es que toda forma de vida requiere cambios y sacudidas para prosperar.
Como humanidad, vivimos sucesos sin precedentes en la historia. Podríamos culpar a los laboratorios, a los gobiernos, a los intereses económicos, a nuestra deshumanización hacia la Madre Tierra, a la indolencia de quienes deciden cerrar los ojos ante la realidad; pero culpar no resuelve nada. Buscar la lección para crecer, sí.
Partiendo de este ejemplo de la naturaleza, me pregunto: ¿no será la conciencia la que –al igual que el águila– busca nuestro desarrollo? ¿Podría ser que nuestra hora llegó y que ante tanto materialismo, acumulación como eje de vida, estrés, destrucción del planeta y las especies, énfasis en las apariencias, egocentrismo, deshumanización y demás, haya decidido arrojarnos fuera del nido para crecer y desarrollarnos? Quizá necesitamos morir en esa forma de vida para nacer de nuevo.
Es claro que ese viejo mundo se agotó. Y es en las noches oscuras del alma, como dice Thomas Moore, en la cual el despertar y el crecimiento se dan; son precisamente las dificultades, el dolor o la enfermedad las que nos dan experiencias en las que adquirimos sabiduría y con las que despertamos a una nueva conciencia.
Puedo afirmar que ninguno de nosotros desea que la vida regrese por completo a como era. Dentro de todo el sufrimiento que hemos vivido, también hemos descubierto momentos de paz y tranquilidad, con tiempo para leer y descansar. Pero hay otro factor importante…
Consideremos que en la vida hay ciclos menores y ciclos mayores. El día y la noche, las estaciones del año, las temporadas de cosecha, de huracanes, incluso distintas eras por las que ha transitado la humanidad, como la de Acuario que –según algunos acaba de comenzar–, como un ejemplo de ciclos en el exterior.
La conciencia no sólo evoluciona en el nivel personal, también lo hace en el humano y el planetario. El viejo mundo sirvió para llegar a este punto y la conciencia ahora nos arroja del nido. Quiero pensar que como humanidad estamos en una transición y ahora podemos ser testigos de la semilla de una nueva humanidad, ¿por qué no?
Mientras eso se da, la transición se presenta con tensión, estrés, confusión y el sentir de que no se está ni en un ciclo ni en el otro; periodos como son la pubertad, el crepúsculo, las sequías o las crisis personales. Tal vez con esta nueva era que inicia, dicha puerta del materialismo y el egocentrismo se cierre y otra nueva se abra hacia el Ser.
La mejor manera de pasar este gran huracán es atravesarlo como nos sea posible para alcanzar el centro, el ojo de éste, y así acceder a la luz del sol y lograr la tranquilidad. Esto significa franquear la puerta interior del ser para nacer de nuevo, encontrar la coherencia que nos hará dar lo mejor de nosotros a la familia, el país y el planeta. Y por supuesto…aprender a volar.