La necesidad de orar es común a los todos los seres humanos. A lo largo de la historia, sin importar la época, la cultura o el tipo de religión, la oración ha sido una manera de acompañar la tristeza y la felicidad, de nutrir las celebraciones o sobrellevar la pérdida de un ser querido. Se ora en los templos, en la calle o en la naturaleza, a solas o en conjunto. Para algunos es parte de una rutina diaria, para otros, es algo a lo cual recurrir ante una emergencia.
La oración crea una energía que nos regresa al origen, nos conecta con la energía divina que llamamos Dios, Inteligencia divina, Alá, Buda, Fuente Creadora o como queramos nombrarla. Hay muchas formas de orar: en silencio, con cantos, con música que nos transporta, con el baile al ritmo de tambores que despierta nuestras fibras internas, con la gratitud, con un ritual, al meditar, en un abrazo, al apreciar la naturaleza y su gran sabiduría. La oración no es sólo algo que hacemos, también es algo que somos, es una actitud ante la vida.
Gracias a la ciencia se sabe algo acerca del poder de la oración. Más de 200 experimentos controlados en humanos, plantas, animales y en microbios sugieren que las oraciones amorosas, compasivas y la intención de una persona pueden afectar a un individuo u objeto a grandes distancias, tal como algunos de nosotros hemos podido comprobar.
De alguna manera, al orar en comunidad, la mente forma una unidad, una "mente común", que, a su vez, se une con esa gran Fuente Creadora. Es como si en el gran océano tomáramos una taza y la llenáramos con un poco de su agua. La taza es nuestro cuerpo físico, mas el agua es nuestra esencia que se compone de la misma esencia de Dios: fuimos hechos a su imagen y semejanza.
Es así que al orar sentimos esa comunión universal, ilimitada e infinita que es nuestra verdadera fuerza. Cuando desde ese lugar moldeamos la vida y trabajo, la energía tiene la impronta de la Totalidad.
Lo que la oración requiere para tocar ese gran poder es fe, compasión y amor; porque esos elementos son parte de la energía que más nos conecta. De otra manera, es como si intentáramos hacer una llamada con un celular sin pila.
La energía de cualquier tipo de oración, como toda energía, provoca un cambio.
Así como gracias a la energía del sol, del agua, del viento y de la tierra, podemos generar cambios, alimento y vida en el planeta, nuestra oración también puede crear cambios muy favorables y benéficos tanto para el que ora como para quién se ora.
Una manera de orar es agradecer. El agradecimiento es mucho mejor recibido y honroso que la petición. Una petición se hace desde la carencia y no tiene ninguna energía creadora; en cambio, agradecer desde el corazón puede mover el mundo. Al agradecer por las mañanas o durante el día la mente regresa al momento presente y se valora el instante.
Cada vez que unimos nuestras manos en señal de oración y respeto a la Divinidad también creamos una señal para bucear en lo profundo y contactar con una parte luminosa de nosotros que reside en el corazón. El cual es, sin duda, una maravillosa fuente de energía.