“¿Qué es para ti el amor? –me preguntó la productora del programa de televisión al que había acudido para promover mi libro–. ¿Te importaría hacernos una cápsula de treinta segundos con tu respuesta, y en unos minutos te grabamos?”
En ese momento pensé en la dificultad de meter algo tan grande y vasto como “el amor” en una respuesta de tan sólo unos segundos. Recordé a San Agustín, quien decía sobre el tiempo algo como: “¿Y qué es el tiempo?, si me lo preguntas no lo sé, no te lo puedo decir. Mientras no me lo preguntes, si lo sé”. Qué razón tiene, lo mismo puede decirse del amor: si no me preguntan qué es, lo sé, pero qué difícil es explicarlo.
Salí del apuro mencionando que el amor era otra forma de referirnos a Dios, a la vida, a la conciencia. Y que es en los actos de amor que Dios se hace presente en nuestras vidas. Pero me di cuenta de lo poco que sé sobre el amor, y si bien lo he sentido en mi vida, ponerlo en palabras me resultó difícil.
A partir de esta reflexión imaginé que desde el kínder hasta la preparatoria a los alumnos les enseñaran además de matemáticas, historia, biología y demás, una materia que se llamara “Cómo amarme y amar a los demás”. Y que en la universidad, en donde aprendemos materias más complejas como leyes, filosofía, artes o ciencias, incluyeran también una especialización en amor que fuera parte de todas las carreras.
Es irónico que los humanos hayamos avanzado tanto en temas de tecnología, descubrimientos científicos y viajes al espacio, y que, sin embargo, en el tema del amor, el avance haya sido tan poco. Estoy segura de que si ampliáramos nuestro conocimiento en esta materia habría menos violencia, menos divorcios, menos bullying en las escuelas y, en general, el nivel de felicidad en el mundo, aumentaría exponencialmente.
Asimismo, ¿te imaginas cómo sería un gobierno impulsado por el amor? ¿¡Vaya!, unos políticos cuyos valores, conductas y motivaciones fueran inspiradas en el amor a su país? ¿Y que los ciudadanos pudiéramos elegirlos de acuerdo con su capacidad de servir a los demás, de cooperar o de mostrar compasión? Aunque todo lo anterior suena a utopía, en realidad se refleja en lo real y concreto, porque estar desconectados del amor es la base de todos, absolutamente todos nuestros problemas.
Y nuestra mayor carencia es el amor hacia nosotros mismos.
“La calidad de relación que tienes contigo mismo, determina la calidad de relación que tienes con cualquier otra cosa”, dice el doctor Robert Holden en su libro Loveability. La manera de relacionarte contigo mismo afecta toda tu vida a nivel físico, emocional y espiritual: en el aspecto físico, impacta tu salud y bienestar y esto se refleja, por ejemplo, en lo que eliges para comer o en el ejercicio que haces.
A nivel emocional, el amor a ti mismo se verá reflejado en tus relaciones, en tu creatividad, en las metas que te impongas o abandones, pero sobre todo, en el grado en que sientes que “mereces” ser amado.
A nivel espiritual, influye en tu relación con Dios, en tu nivel de felicidad y cómo la repartes –o la robas– en el mundo. Es por ello que tu vida se volverá mejor en la medida en que te lleves bien contigo mismo. De hecho, toda la felicidad, salud y abundancia que podamos experimentar en la vida viene de nuestra habilidad para amar y ser amados.
Si bien sigo sin poder responder qué es el amor como tal, sí puedo afirmar que la meta en nuestras vidas no sólo es encontrar el amor, sino ser una presencia del amor; y ése es nuestro verdadero trabajo en este mundo.