Sabes que tienes que organizar el closet, ordenar los cajones de tu oficina, limpiar la cajuela del coche, eliminar los cientos de correos electrónicos que se han acumulado en tu bandeja o bien vaciar tu celular de fotos porque la memoria ya no te alcanza.
Los días, las semanas y los meses pasan para darnos cuenta de que no hemos puesto en marcha ni concretado ninguno de los proyectos. Nos auto-disculpamos con mil razones del tipo: he estado muy ocupado, he tenido gripa, el mes se pasó rapidísimo, hace mucho frío, todavía no inicia el curso, y demás. Una vez más somos víctimas de ese monstruo que se apodera de nosotros y que se llama: postergación.
Éste monstruo parece amarrarnos e impedirnos de extraña manera poner manos a la obra. ¿Qué sucede? ¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué dejamos que la situación llegue a determinado límite para reaccionar?
La postergación se instala en todo tipo de personas
Sin importar la edad, el sexo o la ocupación, la mayoría somos víctimas de la bestia de la postergación.
En la familia se organiza un viaje con toda anticipación y, el día anterior –a última hora, todos empacan lo que buenamente les dio tiempo, para acostarse tardísimo, y darse cuenta en el viaje de todo lo que se les olvidó. ¿Te suena familiar? Un estudiante sabe que en un mes tiene que entregar un trabajo. ¿Cuándo lo inicia? Si es previsor, dos días antes. ¿Cuántos correos se apilan como “pendientes”, sin que les demos una solución?
El posponer nuestros deberes ocasiona dos problemas. El primero es de tipo externo que puede ir desde algo sin importancia como mandar un regalo después de la boda, o puede tener consecuencias severas como perder un empleo o poner en peligro un matrimonio. El segundo, es de carácter interno: nos invade el estrés, sentimos una ligera irritabilidad, hasta intensos auto-reclamos, arrepentimiento o desesperación.
Tres razones por las cuales posponemos las cosas:
1) El pensamiento mágico.-Con frecuencia estamos tan saturados de cosas y pendientes por realizar que siempre se queda algo en el tintero. En el fondo subyace una ligera adicción al trabajo o a la adrenalina, a sentirnos importantes o súper héroes. Sin duda para muchos, el estrés que da el trabajar bajo presión, los motiva. Lo malo es que subestiman y juegan con lo limitado que es el tiempo y le tratan de ganar: “Ahorita voy al cine, y mañana tengo mi reporte listo para la junta de las diez de la mañana”. Piensan que las horas son algo que se pueden extender y a las que se les puede ganar. Viven una montaña rusa de emociones, para darse cuenta –con frustración, de que la magia… no llega.
2) La lentitud.- Hay postergadores a quienes nunca les corre prisa. Hacer una tarea les puede llevar mucho tiempo realizarla. “Hay tiempo...” “Ahorita no tengo ganas”, se dicen. Aunque sean muy trabajadores, no se presionan. Piensan que las ganas van a aparecer de manera espontánea, sin planeación alguna. Hasta que –por supuesto, la fecha límite llega y sus esperanzas se convierten en ansiedad, malhumor o desesperación.
3) El análisis.- Las personas en ocasiones decidimos postergar las cosas deliberadamente para buscar que el retraso se convierta en un aliado. Quizá queremos pensar bien las cosas, clarificar las opciones para tomar la mejor decisión, o se trate de un pendiente que no es prioridad. Esta es la única situaciones en donde el posponer es sano.
La mayoría de las veces, el postergar nuestros deberes puede ser una estrategia que nos protege de enfrentar algún miedo o ansiedad, como: miedo al fracaso, al éxito, a que alguien nos controle, a separarnos de los demás, o miedo a acercarnos demasiado a otros. Cuando en realidad sólo puede tratarse de una falta de disciplina, de organización o de flojera.
¿Cómo combatirla?
1) Darnos cuenta de cuándo, cómo y en qué retrasamos algo a propósito. Detenernos con honestidad para ver con consciencia, el fondo de las excusas que nos contamos. Y por último tener compasión –hacia nosotros mismos, para sobreponernos a ellas.
2) Anotar en algún lado todos los pendientes por resolver y tacharlos uno a uno cuando los realizamos –eso anima mucho.
3) Compartir nuestros planes con algún amigo. Esto ayuda a concretizar las cosas, a darles forma y sustancia, además de que nos compromete.
4) Buscar un compañero para juntos realizar el proyecto. Sin duda, esto ayuda, une, nos divierte y anima cuando flaqueamos.
5) Lo más importante: no perdamos tiempo en sentirnos mal. Tomemos la decisión, pongamos manos a la obra. Verás que al ganarle la batalla a ésta gran bestia, obtendremos a cambio una enorme satisfacción y sentido de libertad.