Nicolás y Pablo, de 10 y 12 años de edad, sacaron al jardín una lupa vieja que tengo como adorno en la sala. Ahí, hincados sobre el pasto, buscaban el ángulo correcto del rayo del sol para intentar quemar un poco de hierba seca que habían juntado. Esperaron un buen rato sin que nada sucediera; estaban a punto de desesperarse cuando apareció una chispa de fuego. Su emoción fue parecida a la que, seguramente, sintió el cavernícola que lo descubrió.
Una vez que comprendieron que con un poco de paciencia podían concentrar la luz amplia del sol y convertirla en un rayo láser, se dedicaron a quemar todo lo que a su vista se antojaba inflamable, como las varas y las hojas secas; hasta que escuché mencionar que las hormigas eran su próximo objetivo y entonces terminé con el juego.
Su experimento me llevó a recordar que enfocar nuestra atención es muy poderoso, sea cual sea nuestro objeto: plantas, ideas, dolores, conductas, bendiciones o noticias, se verá beneficiado.
Parecería que es magia, pues no importa si se trata de algo positivo, sano o negativo, doloroso o nocivo, de todas maneras crece.
Esto viene a cuento porque en estos días, en que la mayoría de las personas estamos hipnotizadas, obsesionadas por el efecto Trump, todas nuestras conversaciones, trending topics en redes sociales, memes, así como los encabezados de periódicos y notas de los medios de comunicación, sólo hablan de este nocivo personaje y sus acciones. No nos damos cuenta de que al otorgarle tanta atención, lo fortalecemos, reforzamos y empoderamos. Eso es lo que él busca, lo que más quiere.
Soslayamos el hecho de que como sociedad, somos consecuencia tanto de una evolución genética como mimética. Los niños y los jóvenes aprenden por mimetismo. ¿Qué escuchan hoy? Todo sobre la corrupción, la intolerancia, el racismo, la división y el odio; lo cual puede permear en la mente de nuestros hijos si seguimos poniendo nuestra atención en ello.
Basta escuchar una sobremesa para darnos cuenta de que en estos momentos cruciales somos una cultura de la queja; nuestra atención está en lo negativo y en el temor, sin percatarnos de que de esta manera, gota a gota, les quitamos a los niños el impulso de progresar y el orgullo de ser mexicanos.
¿Cuál es la solución?
Maquiavelo decía que echarle la culpa al otro y no ver los errores propios es el punto de partida de la mediocridad. Cuando trasladamos esa actitud a nuestra casa, con nuestros hijos, hacemos una sociedad mediocre.
Nos toca comprender que la responsabilidad es opuesta a la queja. Tener la habilidad para monitorearnos es lo más importante para entender que este mundo, de muchas maneras, es el resultado de lo que queremos que sea; pero esa conciencia también es la clave para transformarlo.
Tampoco se trata de incurrir en la apatía. El enemigo del bien no es el mal, sino la apatía. Y la apatía es inhumana, por lo que tampoco deseo inculcarla en mis hijos. ¿Entonces?
La respuesta está en la creatividad; ésta es la que nos hace crecer. La música, la carpintería, la física, el arte, la gastronomía… Todas esas tareas creativas del hombre nos hacen ser mejores humanos; y a eso le llamamos “cultura” en su más amplio sentido. Recordemos el efecto poderoso de la lupa, ¿por qué no enfocar nuestra atención en todo aquello que nos beneficia y aporta, en la cultura?