Ese día todos terminamos agotados. A lo largo de una jornada, 30 personas presenciamos e hicimos una “constelación familiar”. Los temas que constelamos fueron diversos: papá, mamá, control, nuera, en fin, todos los que quisimos explorar para sanar. El método de las constelaciones familiares, por cierto, debe ser dirigido por alguien profesional, como fue en nuestro caso, ya que se tocan temas profundos y sensibles. Pero ese es otro asunto…
Lo que no deja de asombrarme y que en esta ocasión también pude notar es uno de los grandes misterios de la vida: la energía; esa que a diario emanamos y que tiene un determinado aroma que nos afecta en todos los aspectos. Hay personas cuya energía calma, otras que motiva y otras tantas que, por ruidosa, inquieta. Pero, ¿exactamente qué es? Los físicos la describen, de manera sucinta, como la capacidad de crear trabajo. El diccionario la define con palabras como fuerza, pasión, vitalidad, vigor, espíritu, entusiasmo, chispa y demás.
Así como en nuestro planeta hay varios tipos de energía, como la que se produce con el calor, la luz, el movimiento o la química, la eléctrica, la nuclear y la gravitacional –que valoramos mucho–, hoy quiero poner los reflectores en una: nuestra energía interna.
Cotidianamente pensamos, recordamos, sentimos o actuamos sin comprender lo que nos permite llevar a cabo estas actividades. Cada pensamiento, movimiento o emoción que expresamos o deseamos controlar, conlleva un tono y un gasto enorme de energía, que sientes y los demás lo perciben. ¿Cómo se alimenta? ¿De dónde proviene, por qué hay días en los que nos sentimos llenos de ella y otros drenados por completo? ¿Qué hace que se exprese en sus diversos tonos?
Me parece interesante observar que cuando nos aqueja un problema emocional o mental, la energía se drena por completo y ni la comida nos repone, ¿lo has notado? En cambio, en los momentos de pasión, enamoramiento o inspiración estamos tan rebosantes de energía que hasta sentimos que no necesitamos comer. Esa chispa, viene de algo mayor a nosotros que no se obtiene de los alimentos ni del exterior.
Este es el tipo de energía que despierta mi curiosidad y que me interesa investigar. Como ejemplo, piensa en alguna ocasión en que por alguna razón te hayas quedado sin trabajo. Te aseguro que en las semanas siguientes no sentías ganas de salir de tu casa o incluso de levantarte, ¿cierto? Pero si pasado un mes recibes una oferta para un trabajo mejor o con el que siempre has soñado, ¿cómo te sentirías?, ¿cuánta energía instantánea tendrías para levantarte de la cama, bañarte y arreglarte para ir a tu nuevo trabajo? Estarías tan lleno de ella que la gente a tu alrededor lo comentaría y aplaudiría.
En realidad, esa transformación no se debería al cambio de hábitos de sueño ni de la alimentación, entonces, ¿de dónde surge esa energía? Pues la buena noticia es que, esa energía nítida y luminosa, distinta a la que obtenemos del exterior, ha estado y estará disponible dentro de cada uno de nosotros para utilizarse en el momento en que lo deseemos. De hecho, cuando tenemos las reservas llenas, creemos que nos podemos comer el mundo entero; y en los momentos de plenitud y felicidad incluso percibimos su oleaje. Emana de tal forma que nos restaura, recarga y llena de salud.
La única razón por la que con frecuencia no la notamos es que nosotros mismos la bloqueamos y oscurecemos. ¿Cómo? Al cerrar la mente, cerrar el corazón y retraernos a un espacio limitado en nuestro interior.