Pocas personas pueden decir o siquiera pensar la frase que titula esta columna que, bien analizada, no garantiza que todo haya sido como un día soleado. Pues tal fue el caso de una tabasqueña de origen humilde muy famosa que, vivió a principios de siglo, de la cual hoy te comparto un poco de su historia.
Esperanza Iris alcanzó como mujer, cantante de opereta y empresaria, lo que nadie había logrado en su tiempo: todos los escenarios de América y España la aclamaron, fue venerada por el rey Alfonso XIII, musa de Jacinto Benavente y del compositor Franz Léhar, y el gran pintor Joaquín Sorolla la inmortalizó en una pintura; además construyó con su capital un majestuoso teatro que hoy en día todos los mexicanos disfrutamos y conocemos como: el teatro de la Ciudad de México.
Con la compañía que ella formó, integrada por una centena de cantantes, escenógrafos, tramoyistas y músicos –en plena Revolución, y acompañada de sus dos hijos realizó una gira de cinco años por barcos y trenes. Actuó en los grandes teatros de toda América y se empeñó en juntar dólar tras dólar para traerlo a México y construir un teatro a la altura de la Scala de Milán o la Ópera de París. Esperanza Iris, repatriaba todo lo ganado, a diferencia de la gente con dinero que buscaba cómo sacar su capital de México, porque –según el revolucionario en turno, la moneda era inservible.
La bomba que acabó con ella
En 1918 por fin logró su sueño: inauguró el Teatro Esperanza Iris con la presencia nada menos que del presidente Venustiano Carranza. A partir de entonces, su foro recibió a los grandes del momento, incluso antes de que llegaran a Nueva York. Ahí cantó Enrique Caruso, interpretó el piano Arthur Rubinstein y bailó la famosa Ana Pavlova.
Decía Esperanza: “lo tuve todo a manos llenas” y fue cierto: tuvo toda la dicha, todo el éxito, pero también, todas las tragedias. Sus tres hijos murieron uno a uno, y en el amor, se unió a personajes nefastos que no la merecieron. En especial su condena fue su tercer marido, el barítono Paco Sierra, más de veinte años menor que ella, quien el 24 de septiembre de 1952 tuvo la osadía, la temible ocurrencia, de poner una bomba en un avión de Mexicana de Aviación.
Por fortuna, a Sierra y a su socio Emilio Arellano Schtelige, todo les salió mal: la bomba explotó en el aire, pero no mató a los pasajeros. El piloto, Carlos Rodríguez Corona, un veterano del Escuadrón 201, logró aterrizar el avión, con todo y boquete, en la pista de Santa Lucía, un aeropuerto militar aún en construcción. A Sierra lo aprehendieron y cumplió su condena. Sin embargo, la víctima de ese atentado, fue Esperanza Iris. Ella abogó por su marido hasta el final de sus días como una madre que defiende a su hijo, lo que colaboró a desdibujar su gloria por completo, al estar su nombre inmiscuido en uno de los eventos más escandalosos de la prensa roja de aquella época.
De la gloria al desprecio
De ser una diva aclamada por reyes, príncipes y presidentes, terminó en la soledad, cubierta por un halo de piedad y lástima, sin que nadie quisiera recibirla más. De ocupar las primeras planas de todos los diarios como Reina de la Opereta, como Emperatriz de la Gracia e Hija Predilecta de México, como la mayor de las divas, fue condenada al ostracismo. La tragedia es tal que, hasta su teatro, el mayor de sus legados, perdió su nombre. Cuando se vendió en la década de 1970 al Gobierno del Distrito Federal, los funcionarios no tuvieron empacho en llamarle simplemente Teatro de la Ciudad (el nombre Teatro de la Ciudad Esperanza Iris lo recuperó hace diez años, en los festejos del 90 aniversario).
Esperanza Iris. La última reina de la opereta, de Silvia Cherem, una historia negra, casi un thriller policiaco apegado a la verdad, está basada en archivos de época: los de Esperanza Iris, los de Sierra, los de los abogados, los de la Suprema Corte, los del Archivo Histórico de la Ciudad de México, los del Centro Nacional de las Artes y, por supuesto, la Hemeroteca Nacional. Cherem consultó todo para reivindicar a esta mujer-leyenda que, quizá por agotamiento y hartazgo, tras la defensa inútil de Paco Sierra, fue condenada a un injusto olvido.
Ahora que comenzaron los festejos del centenario del Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, esta novela permite recuperar a esta cantante y empresaria mexicana que edificó un teatro icónico, uno de los más bellos y emblemáticos inmuebles del Centro Histórico de la Ciudad de México. Un personaje que, en efecto, lo tuvo todo a manos llenas, en el más amplio sentido de la frase. Creó escuela artística, pero en la intimidad y en el amor, no pudo trascender su condición de mujer y padeció el peso de sus temibles decisiones.