Lo más hermoso de una buena relación es la manera en que te hace sentir, se trate de sobrinos, nietos, hijos o parejas. Varias tardes de estas pasadas vacaciones, adultos y niños jugamos juegos de mesa. Algo tan simple como eso fue una oportunidad de conocerlos más. Observar sus estrategias, reacciones y la forma en que responden al perder o ganar se convierte en un gran momento.
Mientras te encuentras en tu propia estrategia de juego, miras a uno de los niños o jóvenes y te preguntas: "¿Cómo será de grande, a qué se dedicará?". Y de pronto una ráfaga de viento interior te toma por sorpresa. Algo que hace, dice, una mirada, una expresión bastan para que dentro de ti se agite un océano de energía luminosa. Agradeces y te das cuenta de que sólo mediante ese “otro” puedes experimentar la vibración que te abarca por completo: el amor.
Cursi como pueda sonar, eso es amor. Cuando lo sientes, experimentas la fuerza de la vida misma. Entonces todo cambia. ¿Cómo te sientes, cómo ves el mundo a tu alrededor? ¿Será que cuando cambio mis pensamientos, el mundo cambia?
Es sólo un reflejo
Es común pensar que es el otro quien te da o vierte ese amor en ti; lo cierto es que nadie te lo da, no es una transfusión, como tampoco una pócima que puedes tomar por las mañanas o en ocasiones especiales. No viene de afuera. Partamos de que sólo se puede ver lo que uno tiene dentro. Los pensamientos son imágenes que creamos.
Cuando decides ver a las personas de manera diferente abres el corazón y te permites sentir el amor que ya tienes en abundancia dentro de ti. Sin embargo, cuando ese amor se congela, queda tan oculto que olvidamos su poder y magia. Entonces lejos de ser un espejo para el otro, somos una pared oscura. Con esa opacidad inicia un círculo vicioso y se arruina cualquier relación.
Claro que la pareja, la familia, las relaciones y los amigos que queremos facilitan sentir esa ráfaga de amor. El reto se presenta cuando no es así.
La verdad es ésta: el “otro” es un espejo que refleja nuestro propio espejo o pared. Y a cada instante se nos presenta la oportunidad de elegir entre el amor o el miedo, sentimientos que son el destilado final de todas las emociones.
Todos necesitamos ese amor. Sin embargo, creemos equivocadamente que requerimos esperar a que venga “alguien especial” para experimentarlo. Más allá de las circunstancias, los retos, el pequeño yo y la personalidad de cada quien se encuentra la esencia divina, nuestro gran yo. Desde ese lugar as barreras se disuelven, atraemos al “otro” y podemos experimentar el cielo en la tierra.
El amor es una elección
¿Qué tal si pudiéramos sentir ese amor siempre? Sólo que el amor es una elección. Y la manera en que se encuentra dentro de cada uno es a partir de eliminar los pensamientos negativos que la mente genera. Al hacerlo, se abre el campo de las posibilidades infinitas que habita en el corazón, para que el otro pueda reflejarse en su grandeza.
El reto parece fácil, quizá no lo sea, pero vale la pena. El amor se manifiesta en gozo, en pasión, en empatía, en conexión, en integridad y en servicio además de la propia salud.
Te propongo, querido lector, querida lectora, que este año que inicia –además de los consabidos propósitos–, decidamos ser un espejo de ese amor que contagia, que poner en práctica nuestra capacidad de dar sea una manera de relacionarnos, no sólo con alguien en particular, sino con los otros, con el mundo y con la vida misma.