Los dichos y refranes contienen sabiduría popular que, con el paso del tiempo, se comprimen, como si fueran las expresiones de un abuelo, un maestro quizá, que a través de generaciones terminan en una frase contundente.
A veces no comprendemos algún proverbio, hasta que la vida se encarga de transformar lo abstracto en una experiencia. Tal es el caso de lo que me sucedió con la máxima: “Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir” que algunos atribuyen a Oscar Wilde y otros a la antigua sabiduría china.
Antes de iniciar este confinamiento, nuestra atmósfera ya estaba impregnada con diversos niveles de ansiedad perceptibles en varios ámbitos: el personal, el social, el político y el del sistema de vida planetario.
Vivíamos en un mundo infectado con prisas, velocidad, estrés y falsas apariencias. Imbuidos en esa vorágine, dejábamos tantos pedazos de nosotros en todas partes que ya no nos reconocemos. Decíamos trabajar para lo más importante, la familia, pero ésta era la más abandonada. ¿Tiene sentido?
¿Recuerdas cuántas veces te dijiste “necesito más tiempo para mi familia, quisiera vivir sin prisas, tener un huequito para organizarme por dentro y por fuera”? Pues ahora el universo nos responde: concedido.
Sí, hoy tenemos tiempo. Nuestros horarios se han acomodado o desacomodado, pero ya tenemos aquello que anhelábamos.
Sin embargo, necios como somos los seres humanos, deseamos regresar a la rutina previa, al igual que un adolescente que anhela lo que no tiene y cuando lo consigue no lo valora. Por ejemplo, asumiendo que tenemos trabajo, ¿a qué queremos regresar? ¿A lo mismo de antes? ¿A madrugar para transportarnos durante horas para llegar a un empleo –que hemos convertido en un vicio– y luego pasar otro tanto de tiempo en volver a casa?
Todos somos uno
Este confinamiento nos obliga a reinventarnos y crear cambios en nuestra vida. Podemos lograr una transformación profunda siempre y cuando así lo decidamos. Se requiere valor, ni hablar.
Démonos cuenta de que, durante las grandes crisis del mundo, a nuestros abuelos o bisabuelos se les pidió ir a guerras, dejar a la familia, los hijos, la casa, el país para enfrentarse en el campo de batalla, al grado de hacerles perder la humanidad. Y aunque hay un sector amplio de la población para la que el confinamiento representa un reto económico, ¿a muchos de nosotros qué se nos pide? Sentarnos en un sillón. ¡Y nos quejamos!
Esta pausa de tiempo era inminente, necesaria para replantearnos los valores, las metas y el sentido de la vida. Es la primera vez que la humanidad entera recibe el mismo mensaje: todos somos uno. Nos guste o no. Sin importar fronteras, nacionalidades, religiones, clases sociales, partidos políticos, creencias o color de la piel. Somos uno y nos afectamos unos a otros.
Para muchas familias ha sido difícil. La pérdida de un ser querido, una enfermedad o la economía precaria las han llevado a situaciones límite y aun así, viven las circunstancias con dignidad y valentía.
Muchos deberíamos agradecer el encierro, pues nos ha brindado la posibilidad de reinventarnos, recrearnos e imaginar. En la reclusión desarrollamos otros recursos y echamos mano de distintas cualidades, al ya no poder hacer lo que antes hacíamos afuera.
Hoy la vida nos sacude, nos invita y nos urge a valorar lo que es realmente importante. Guardemos las quejas y las ganas de regresar a lo de antes –que nos sacan del presente– para aprovechar el tiempo, vivirlo y disfrutarlo.
Cuánta razón tiene el viejo dicho: “Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir”.