La historia se repite. Desde que la humanidad se encuentra en la Tierra, hemos tenido líderes estrategas, visionarios, inspiradores y carismáticos, pero también otros tantos que destacan por sus rasgos psicópatas.
Un nuevo estudio sobre esta patología, realizado por un psicólogo de la Universidad de Oxford, expone que Donald Trump presenta los rasgos de un psicópata, igual que Adolf Hitler, Idi Amin, Saddam Hussein y Enrique VIII.
El doctor Kevin Dutton, especialista en dicha patología, utilizó para su estudio una herramienta psicométrica estándar llamada Inventario de la Personalidad Psicópata–Revisada (pri–r, por sus siglas en inglés). Dutton afirma que esta psicopatía no se refleja como un “todo o nada”. En cambio, cubre un espectro amplio en el que cada uno de nosotros ocupa su propio lugar. ¿Pero cómo, psicópata yo?
Si pudiéramos describir la personalidad de Trump con base en lo que proyecta en los medios, diríamos que es arrogante, narcisista, intolerante, mezquino, megalómano, manipulador, poco empático, agresivo, racista, prepotente, misógino, autoritario y demás.
Ahora, giremos los reflectores hacia nosotros, ¿podríamos decir con honestidad que no tenemos las cualidades anteriores en ningún grado?
Todos compartimos la misma información genética, todos tenemos en nuestra personalidad zonas de luz y de sombra, por lo que potencialmente todos tenemos los mismos rasgos y somos capaces de juzgar, dañar, herir o, incluso, matar. Los factores que hacen que estas actitudes se expresen o no, además de una condición médica, son la conciencia, la formación, la educación, los principios, pero, sobre todo, el libre albedrío o la capacidad de elección. ¿Puedo sacar lo más oscuro de mí? Claro que puedo, pero elijo no hacerlo.
Luz y oscuridad
En una plática muy interesante que sostuve sobre el tema con el analista jungiano Javier Vargas Mier y Terán, me soltó la frase que encabeza esta columna. Al principio me causó indignación, pero después de escucharlo terminé convencida de que es cierta: “Trump representa la parte oscura que todos tenemos, sólo que nos gusta pretender que no es así; nos han enseñado que la luminosidad es lo aceptado, por lo que vivimos en un intento constante de ser sólo buenos y, a través de un mecanismo de defensa como es la proyección, acusamos al otro de una oscuridad que somos incapaces de reconocer en nosotros”.
Lo sano es integrar los dos polos, aceptarlos y hacernos responsables de ellos. Abrir la conciencia es la única forma de salir de la posición de víctimas para empoderarnos.
“Contra Trump no podemos hacer nada –continúa Vargas–, sin embargo, en lo individual podemos trabajar con nuestro propio interior, revisar nuestras creencias, nuestros muros internos que también separan, dividen y rechazan.” Su plática me invitó a preguntarme ¿a quién he juzgado injustamente, a mi pareja, a mis amigos? ¿A quién he discriminado? ¿A quién he buleado de alguna forma en el trabajo? ¿Cuándo y con quién suelo ser prepotente o arrogante?
“Si te metes a un cuarto totalmente oscuro no ves nada, pero si te metes a otro completamente luminoso, tampoco. La luz necesita de la oscuridad y viceversa. Cuando haces consciente lo inconsciente, lo dañino pierde fuerza –comenta Javier–. Entre más reconozcas a ese Trump interior, habrá menos problemas en tu mundo y en el mundo.”
Quizá la gran sombra en la que vivimos en este momento nos obligue a buscar la luz. Y, tal vez, termine por ser el piso firme que necesitamos para renacer y crecer.