Comer con culpa engorda más que disfrutar plenamente lo que comemos. La primera vez que escuché esta teoría en voz de maestros que respeto me resultó difícil de creer, como seguramente te sucede a ti también. Sin embargo, en el tema de las dietas no le damos importancia a un factor que tiene el poder de subir o bajar los números en la báscula: las creencias.
El experimento de la malteada
La cita en ayunas era a las 8:00 am en el laboratorio. En esa primera visita, Alia Crum, psicóloga e investigadora del Behavioral Research Lab en Columbia, le dio a un grupo de participantes una malteada de vainilla con la etiqueta: “Consiéntete: déjate llevar por el placer que mereces. 620 calorías y 30 gramos de grasa”. Una semana después, en su segunda visita, los participantes tomaron otra malteada etiquetada: “Malteada zen: satisfacción sin culpa. 140 calorías y cero gramos de grasa”.
En las dos ocasiones, mientras los participantes bebían sus malteadas, estuvieron conectados a un catéter intravenoso, para tomarles muestras de sangre. Crum quería medir los cambios en el nivel de gherlina, una hormona conocida como “la hormona del hambre”. Cuando en el cuerpo los niveles de gherlina bajan, te sientes lleno y satisfecho; en cambio, cuando aumentan, comienzas a buscar algo para comer.
Cuando consumes un alimento alto en calorías o grasa, los niveles de gherlina bajan de inmediato. En contraste, si, por ejemplo, comes lechuga, se mantienen altos y continúas con la sensación de hambre.
En el experimento se esperaba que las dos malteadas tuvieran un impacto diferente en los niveles de gherlina, y lo tuvieron. Al consumir la malteada con etiqueta “Zen: 140 calorías”, la gherlina apenas bajó. Por el contrario, con la malteada etiquetada “Consiéntete: 620 calorías” bajó considerablemente y los participantes reportaron sentirse muy satisfechos.
El efecto que esperas es el que se produce
Lo interesante es que, en las dos ocasiones, a los participantes se les dio la misma malteada de 380 calorías. ¡Increíble, no? La creencia fue lo que provocó el cambio. Su sistema digestivo no tenía por qué reaccionar de manera diferente. Pero, lo que piensas de algo transforma el efecto que tiene en ti. Así de sencillo.
Con éste y otros experimentos, Crum demuestra que las expectativas pueden alterar algo tan concreto como la cantidad de gherlina que tu organismo produce. Es decir, cuando tu percepción de lo que consumes cambia, la respuesta de tu cuerpo cambia también. ¿No es increíble? Sí, nuestra realidad física es más subjetiva de lo que creemos.
Me parece que comprender esta teoría a cabalidad, puede producir un cambio radical en nuestra forma de ver y consumir los alimentos: significa que es posible cambiar el metabolismo con la mente.
Hice la prueba
Si bien, como mencioné, ya había escuchado esta teoría, decidí ponerla a prueba.
Desayunar un croissant con mantequilla y mermelada de naranja es algo con lo que sólo sueño. Sin embargo, cuando salgo de viaje me doy ese lujo. Cierro los ojos y siento que me elevo a otra dimensión cuando paladeo el pan caliente que cruje a cada bocado, acompañado de un café exprés.
Hace poco, en un viaje, decidí comprobar dicha teoría y, a diferencia de otras ocasiones, durante los quince días me concentré en comer, y disfrutar sin culpa y sin contar calorías, todo lo que me gusta. A mi regreso, me sorprendió comprobar que sólo había subido un kilo de peso.
Complacida, empecé a creer que la teoría podía ser cierta. Al poco tiempo, fuimos con mis nietos a Disneylandia, en donde los papás y abuelos nos vimos obligados a comer la chatarra que a los niños les encanta y que el lugar ofrece de manera rápida. Se trataba de aprovechar la estancia al máximo, así que durante cuatro días nos alimentamos de hamburguesas, hot dogs, pizzas, helados y palomitas, una comida que no disfruto y que estaba, por tanto, aderezada con culpa. Me sentí fatal.
En sólo cuatro días, subí tres kilos. La experiencia me confirmó que la teoría es absolutamente cierta: los pensamientos acerca de lo que comemos son capaces de cambiar nuestro cuerpo. Además, en el plano emocional se crea un círculo vicioso: al juzgarnos culpables de comer algo, nos sentimos mal por haberlo hecho, lo que nos lleva a comer más para aplacar la culpa.
Lo anterior lo confirma Kelly McGonigal, psicóloga de la Universidad de Stanford, en su libro The Upside of Stress. Ahí narra un estudio que se hizo en la Universidad de California, en el que a mujeres con sobrepeso se les dio a leer un artículo del New York Times que hablaba de los empleadores que discriminaban a las personas con sobrepeso. El estrés que la nota les causó, las llevó a consumir el doble de calorías, en lugar de generar un deseo de cambio.
Así que ya lo sabes, querido lector, de acuerdo con la ciencia es un hecho que la percepción que tenemos sobre algo, afecta nuestra biología. Te invito a hacer la prueba, el único requisito es que estés totalmente convencido de tu creencia, para que el cuerpo y la báscula lo reflejen.