una inteligencia prodigiosa | Gaby Vargas

una inteligencia prodigiosa

La inteligencia de las células madre es un milagro, no exagero. Nos han acostumbrado a llamar “milagro” a eventos grandiosos, sobrenaturales, cuando en nuestro cuerpo a diario sucede esa magia.

 

Las células madre tienen la capacidad de restaurar, reemplazar y regenerar las células y hasta de formar un ser humano completo. En un procedimiento médico, se pueden extraer del cuerpo y reintroducirse vía sanguínea. Su inexplicable inteligencia las hace dirigirse hacia donde más se necesitan. En este caso, se trata de un autotrasplante medular de una de las personas que más amo. En los huesos comenzarán a formar glóbulos rojos y glóbulos blancos, es decir, vida.

 

Es a esa inteligencia prodigiosa a la que hoy quiero agradecer. Escribo esta entrega precisamente en el Día de Gracias, que tanto se festeja en el país vecino –costumbre, me parece, digna de imitar.

 

Agradecer cuando todo en nuestra vida marcha bien, en orden y con salud es muy fácil y, por lo mismo, con frecuencia damos por hecho los dones recibidos y olvidamos voltear al cielo y decir “gracias”.

 

Un año que ha sacudido al mundo comienza a cerrarse. En lo personal, pensé que 2020 sería un año de culminación de proyectos, viajes y gozo de la madurez, la salud y los regalos que con ella llegan. En cambio, ahora sé que 2020 ha sido, desde marzo que comenzó la pandemia y con la noticia del trastorno de mi esposo, un año en el que he apreciado todo lo que tengo: amor, familia, amigos, contacto con la naturaleza, así como la posibilidad de consultar a los mejores médicos. Lo que es la vida, hoy volteo a agradecer cada mínimo detalle como salir a caminar, respirar el aire fresco, ver el cielo y sentir el apoyo de la familia y los amigos.

 

En el momento en que las cosas suceden solemos no entenderlas. Con frecuencia, sólo las entendemos cuando las representamos, es decir, al volverlas presentes mediante la memoria. Muchas veces, al hacer esto nos damos cuenta del fondo que tienen y no queda más que agradecer. No me refiero únicamente a las experiencias gratas, a los recuerdos bonitos de viajes o días en familia y amigos; sino también a abrazar como si hubiéramos elegido las experiencias dolorosas, difíciles de digerir o a los anhelos incumplidos. En estos casos, con el paso del tiempo, volteamos hacia atrás y nos percatamos de que gracias a esas experiencias crecimos y perfilaron lo que somos hoy.

 

Más allá de los beneficios que la gratitud nos brinda en términos mentales y físicos (como en la salud, el bienestar y la calidad en nuestras relaciones), agradecer es una obligación. Hoy me detengo, respiro y agradezco. Agradezco a esa inteligencia divina que defiende nuestro cuerpo sin darnos cuenta siquiera, que hace un gran trabajo para mantenerlo en balance y lo mantiene sano de darle el tiempo y los cuidados que requiere. Pongo una lupa a mi vida y procuro que la palabra “gracias” sea lo primero que aparezca en mi mente al despertar. Te invito a acompañarme.

 

Abrir los ojos para apreciar lo que ya es tuyo, lo que ya tienes. Di “gracias” a todo, a Dios, a tus padres, a tus hijos, al agua de la regadera en la mañana, a tu cama, a los alimentos sobre la mesa, a tu cuerpo y, en especial, a la inteligencia prodigiosa de cada una de las células que te conforman.

 

Sobre todo, agradece por lo que ya hay, por lo que tu cuerpo te da, por lo que no te duele y por lo que te permite hacer. Haz de la palabra “gracias” un mantra. Agradecer engrandece todo, te trae al presente y, por ello, te percatas de que cada instante en tu vida es un verdadero milagro.

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