Mi abuelo Ernesto tenía muchas hermanas. A la única que los nietos recordamos con cariño es a la tía Ori, chaparrita, con una sonrisa y una risa permanentes. Si bien la veíamos poco, se volvió inolvidable. Se caracterizaba por bromear con nosotros, los niños, y de su bolsa de mano siempre salían dulces que nos regalaba. Cada vez que llegaba brincábamos de gusto. Y cuando la despedíamos nos dejaba las ganas de volver a verla. Hasta la fecha, cuando su nombre sale en alguna plática, todos sonreímos, pues la llevamos en el corazón. De las otras tías abuelas, que nunca nos hicieron caso, ni de su nombre nos acordamos.
Esos pequeños detalles tan cotidianos de la tía Ori empatan muy bien con la teoría de Platón, acerca de cómo nace el amor, la cual, en una primera instancia, puede resultar paradójica. Aunque hasta ahora me había costado trabajo entenderla, después de los recientes acontecimientos de luto en mi vida he podido comprender cuán cierta es.
Un día, Penia, la diosa del vacío, y Poros, el dios de la abundancia o riqueza, se unieron. De dicha unión nació Eros, el dios del amor. Pues bien, cuando una persona utiliza todos sus recursos –que no necesariamente son materiales– para enamorarte, es decir, te trata bien, te consiente, es cariñosa, generosa y detallista, te escucha y respeta, genera en ti un vacío que provoca el anhelo de volver a estar con ella. “¿Cómo un vacío?”, te preguntarás, si se nos ha dicho que el amor te deja lleno.
¿Qué pasaría si esa persona hiciera todo lo contrario: te tratara mal, no te respetara, no fuera generosa y demás? Lograría con ello crear un hartazgo, es decir colmarte, llegar al tope de la tolerancia y que no quisieras volver a verla jamás. Esa persona no supo, no quiso o eligió, por medio de su actitud, no crear ese vacío en ti, sin darse cuenta de que al hacerlo, ambos se hunden en el pantano del desamor y la infelicidad.
En cambio, cuando la persona utiliza todos sus recursos para darlos por completo al otro, y en esto radica la paradoja, la consecuencia es que cava dentro de ella un espacio de amor tan grande, que crea ese vacío que hace del diario amanecer juntos, un motivo de gratitud. El arte de dejar a diario el vacío en el otro es la clave del amor y el fundamento de la perduración de una pareja. Y es un “arte” porque requiere poner el corazón en la relación. El único riesgo que se corre es que el día que la otra persona no está a un lado, el anhelo de llenar el vacío reclama con la fuerza que lo hace la droga al adicto. Nada ni nadie la puede suplir. Y en la ausencia, sientes en el cuerpo, el alma y la mente los síntomas de supresión: estás dispuesto a cualquier cosa con tal de tenerla una vez más, ansías volver a verla y sueñas con el momento en que percibes su olor o cualquier otro aspecto de su ser físico.
Además, en la ausencia del otro, descubres que te falta el reflejo de aquello que te hacía sentir segura, amada y especial. Nadie te puede dar lo que esa mirada te daba. Es ante una percepción así, motivante y nutricia, que nace el impulso de estar a la altura de la circunstancia y no decepcionar. Es por eso que el duelo no es más que la huella que el amor deja y por lo que aflige tanto.
Tal vez el reto es vivir como la tía Ori, con una actitud que cree vacíos en los demás, para que al despedirte queden las ganas de volver a verte y que cuando la gente escuche nuestro nombre, sonría. No olvidemos que no se ama a alguien porque se necesita, se necesita porque se ama, y para eso, hay que abrir la bolsa para repartir algo dulce a los demás.