Arrastrar al cuerpo a pesar de sus reclamos

Tarde o temprano, todos llegamos a un punto en la vida en que nos damos cuenta de que tenemos que cambiar “algo”: la dieta, un aspecto del carácter, los niveles de estrés, el tiempo que dedicamos a la familia, los hábitos dañinos, como fumar o mil cosas más. En el fondo sabemos que ese “algo” no se modificará por hablarlo o por tener esperanzas de que un día sea distinto. Antes de que la emergencia o la crisis llegue, lo tenemos que hacer y punto.

Hace poco asistí con treinta amigas a un retiro de meditación en un lugar espectacular en medio de la naturaleza. Nos levantábamos a las 6:15 de la mañana para meditar y saludar al sol; durante el día teníamos convivencias, pláticas y dinámicas aleccionadoras y nutritivas. Durante la ceremonia de cierre, vestidas de blanco, cada cual expresaba lo que había aprendido. Una a una repitió la frase: “Yo aprendí que…”. Dentro de mí, me repetía “Espero haber aprendido que…” y deseaba con el alma que lo expresado fuera cierto.

El escenario es perfecto y la mente está totalmente convencida y dispuesta a hacer el cambio, pero… es el cuerpo al que cuesta trabajo convencer.

Aprender a nadar, en teoría, viendo un video o leyendo un libro, no es lo mismo que nadar en el mar. Decir que tenemos que bajar 10 kilos no es lo mismo que cerrar la boca cuando el antojo se presenta. Decir algo positivo no es lo mismo a vibrar de forma positiva desde el corazón. Afirmar el deseo de no ser controlador no es lo mismo a soltar las riendas y confiar. Imaginarnos a qué sabe un durazno no es lo mismo que probarlo.